sábado, septiembre 09, 2006

Estoy aburrido

En entos tiempos aburridos

No se aburra
Y no sea burra


Un mal común que ataca en tiempos pre-electorales de los países en guerra ¡y que tan fácilmente se puede conjurar!

Por Ignacio Ramírez
Cronopios – Agencia de Prensa

Esta semana vino a verme una muchacha bellísima pero convencida de que quien no está aburrido en este excéntrico país, vive en las nubes, está loco, o miente. Le he dicho que el aburrimiento es un lugar común, un estado de ánimo que asedia de tal manera al ser humano, que termina por acostumbrarlo a su presencia melancólica y gris, apabullante y desapacible, aquel fantasma que el diccionario define simplemente como “fastidio, tedio”, pero cuya sinonimia se extiende a indiferencia, hastío, molestia, abatimiento y en general a todo estado espiritual fluctuante entre la desazón y la tristeza.

Entonces nos pusimos a charlar alrededor del tema y descubrimos que a pesar de que en forma constante todo el mundo se queja de aburrimiento, nadie creería que tan agobiante síndrome ha desvelado a más de un personaje de la historia. Dios tuvo que ver a Adán muy aburrido para inventarle a Eva. Los detractores de Nerón cuentan que incendió a Roma “porque estaba aburrido”. André Maurois, en su célebre biografía de Napoleón, cuando narra sus días de prisión en Santa Elena, afirma que “cuando dictaba sus memorias al Conde de Las Cases, encarnaba la más dramática imagen del aburrimiento”. Casiano, mucho antes, había ya escrito todo un tratado sobre la maldición de la “acedía”, que sirvió luego a Santo Tomás para hablar del aburrimiento como del “mal del siglo, dolor del mundo”. Petrarca, en sus cartas, es fiero combatiente del hastío, al que denomina “pasividad enfermiza, inerte, dejada de muchos contemporáneos que no tienen ánimo para preocuparse del verdadero bien”.

La lista se haría interminable, pero conformémonos con unos ejemplos contundentes: El Werther de Goethe, representa claramente el estilo de vida de toda una generación de gente aburrida (“se sume en tristeza por cuanto le rodea, e incluso goza esa tristeza”. Coleridge habla del estado del Visnhú índico y lo coloca “en el aburrimiento propio de la santidad”. Flaubert decía de sí mismo: “No tengo más que un inmenso, un terrible aburrimiento y un constante bostezo”. Charles Baudelaire, en el prólogo de sus Flores del Mal, quiere “no saber nada, no aprender nada, no sentir nada, dormir y después volver a dormir”. León de Greiff: “todo, todo me da lo mismo: todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo, donde se anudan serpentinos mis sesos.” ¿Puede haber más patética descripción del aburrimiento?

Pero no solo los poetas se aburren. Aquí, en Colombia, país de gente alegre y amable, pero también oscurecida por la violencia de todas las raleas, atemorizada por el desorden o desconcertada por el desgobierno, naturalmente proliferan situaciones y argumentos para sentirse aburrido: la ciudad primero sin transporte público, después sin gas, siempre lluviosa, siempre fría, los huecos en las calles, las alcantarillas sin tapa, los parqueaderos sin control, las urgencias clínicas sin piedad, los trancones, el incumplimiento, los programas de la televisión, los políticos, la mediocridad, la falta de criterio. todo, todo aburre. Gobernantes, industriales, periodistas, curas y desempleados se aburren por igual. Sus tedios van desde “los muertos y los goles” hasta “la mentira oficial” o “la tontería de creerle la voluntad de paz a la guerrilla” o de tragar el cuento del retiro pacífico de los paramilitares.

Ella y yo, de puros aburridos, después de calmar el primer aburrimiento con el obvio jadeo cuerpo a cuerpo, hicimos una lista de las cosas que a veces nos aburren para ver si con ello lográbamos también desaburrirnos. Unos botones de muestra: Los cocteles, tácita cita del aburrimiento; el feminismo, que aburre más que el propio aburrimiento; las medias de mujer, que duran tanto como un merengue en la puerta de una escuela; los vendedores de enciclopedias; la montada en busetas y en “ejecutivos”; las hamburguesas y las pizzas; la “limpiada” de vidrio en las esquinas; la pedida de limosna en los semáforos; los porteros de los edificios; los Hare-Khrisna; la tradición, familia y propiedad; los fanáticos religiosos; el poetariado y la poetadumbre; el zoológico nacional: los lagartos, los sapos y todos los batracios y reptiles; Tirofijo, el Presidente que salió y el que quiere repetir al precio que sea y cueste lo que le cueste al país, el Procurador, el Fiscal, los paras, los milis, los narcos, los anarcos, los reinados de belleza, los críticos de arte, galimatías del galimatías; los locutores deportivos; los partidos de fútbol por televisión; la confusión de términos: al terrorista le dicen “guerrillero”, al narcotraficante “Señor Don”, al funcionario corrupto “prominente personaje”; la inseguridad , el secuestro, el atraco, la indiferencia ciudadana; la programación de televisión: no se salvan ni las parabólicas ni tevecable, ni los factores equis, ni los desapacibles realities de todas las calañas, la constante elevación de tarifas de los servicios públicos; la espera en los consultorios de los médicos; el incumplimiento en los horarios de los aviones; las requisas; las fallas en los cajeros automáticos; el poder de los mandos medios; la fumadera en sitios públicos; la descongelada de la nevera; la agresividad de los choferes; la dependencia de los Estados Unidos; los malos tratos a los colombianos en las ventanillas de inmigración de todo el mundo; los barrios privados, las calles cerradas; la comida de papas fritas en los cines; la lista infinita de factores del aburrimiento.
Finalmente, volvimos a desaburrirnos y en esas estamos, por ahora. Usted, amiga: haga lo mismo y no sea burra.