sábado, septiembre 22, 2007

Una fiesta de muertos de la risa

Los fantasmas felices

Una fiesta de muertos de la risa

Por Hugo Berendth
Desde Nueva York

¡Qué insólito y gratificante recibir en estos tiempos de muertes pavorosas, un libro que desborda la muerte con humor y razón!

Acaba de aparecer en Colombia y su autor Ignacio Ramírez es un reconocido escritor que aparte de trajinar su propia literatura y pensamiento, promueve un diario virtual llamado Cronopios, que trabaja por puro amor al arte y llega sin falta alguna cada día a más de 50 mil personas que lo reciben en forma gratuita en diversos lugares de los cinco continentes de este alocado planeta.

Los fantasmas felices es el título de este libro escrito a partir de la lúdica que maneja su autor, quien entre otras cosas ha sido clínicamente declarado muerto (en Italia, año 2000) y ha enfrentado peligros propios de un aventurero vagabundo que recorrió varias veces cientos de países en ejercicio de una terquedad con lema: demostrar que la mayoría de los colombianos somos gente de paz y estamos obligados a unirnos para aplacar a los violentos.

Ignacio Ramírez cuenta en Los fantasmas felices sus experiencias personales con la muerte, recorre además historias y recuerdos de sus seres más queridos, ya difuntos, y abre un abanico innumerable de personajes donde están desde los más grandes artistas y figuras públicas que nunca olvidaremos, hasta protagonistas anónimos que descubrimos y queremos a partir de estas descripciones magistrales. Botones de muestra: María Félix, Celia Cruz, Alejandro Obregón, Héctor Rojas Herazo, Manuel Zapata Olivella, Marvell Moreno, Arturo Alape, Germán Vargas… y también un poeta y filósofo wayúu llamado Glicerio Pana, con quien pasó noches y noches en las playas de El Cabo de la Vela hablando de poemas y de estrellas, o Eustorgio, un raicero de Guarandó, en la selva chocoana, que le enseñó los secretos de las plantas, o un tío que fue jardinero de oficio y le inició en la poesía con los nombres de las flores. Y los pintores: Saturnino Ramírez, Heinz Goll, Tiberio Vanegas, otro que pintó para vivir y vivió para pintar o un hombre que escribía pájaros, o uno que vivió en los árboles y para morirse se esfumó en el cielo.
En fin… no es más que una emocionada recordación de nombres e imágenes y hálitos que quedan tras la lectura de Los fantasmas felices, un libro donde los esqueletos que le presta Guadalupe Posada viven de rumba, una filosofía alegre y lógica de la señora muerte, un libro amigo para querer y ojalá tener a la mano, en la mesa de noche, en el maletín compañero, en todas partes, porque aquí se nos recuerda a cada instante que la palabra, la poesía, la crítica, la lúdica filosofía del gran Cronopio Julio Cortázar, quien también vive feliz su muerte, reflejan entre el humor y la libertad la única verdad tangible: ¡Hasta aquí llegamos!

viernes, septiembre 21, 2007

Los fantasmas felices

Los fantasmas felices


Por Fabio Martínez

El poeta inglés John Donne, al escuchar en su pueblo el tañido de las campanas, afirmaba que éstas suenan por nosotros que algún día vamos a morir. Ese tañir de campanas es el espejo de la muerte. El recuerdo de que no somos eternos o infinitos. Y que algún día, querámoslo o no, estaremos metidos en ese estuche de madera, devorados por el fuego o consumidos por los gusanos.
Esta certeza -en medio de un mundo incierto, como el que estamos viviendo-, fue la que sirvió de fuente de inspiración al escritor Ignacio Ramírez Pinzón, para escribir un libro maravilloso sobre los muertos felices, que desde la infancia han rodeado su existencia.
Para algunos lectores, el título del libro -Los fantasmas felices - puede ser una paradoja, debido a que en nuestras culturas, la muerte, con su profundo sentido religioso, siempre ha sido solemne, trascendental, y lo peor de todo, ha estado desligada de la vida.
Por esto, sólo un escritor agnóstico y esotérico como es Ignacio, podía escribir un libro desacralizador y lleno de humor, alrededor de un tema tan espinoso para la raza humana.
En las cincuenta y cuatro prosas poéticas que componen el libro, Ramírez le hace un homenaje a los muertos ilustres, pero no desde la perspectiva trascendental y religiosa con que se ha visto a los difuntos, sino desde una visión profundamente humana, laica y holística.
Para Ramírez, la muerte está estrechamente ligada a la existencia, hace parte de la vida, de la que nadie puede escapar.
Vida y muerte, la única pareja indisoluble que se mantiene fiel hasta el final de nuestros días.
Por esto, el escritor bogotano, que se acerca a la muerte con el espíritu del sabueso, trata a la Dama de negro con respeto, pero al mismo tiempo, la desacraliza, la ironiza y se burla de ella para así hacerla más humana.
El libro, que fue editado en Bogotá por Teresa Montealegre y está ilustrado con viñetas del mexicano José Guadalupe Posada, se abre con tres semblanzas entrañables que nos remiten al origen del escritor: “Felisa” dedicada a su madre; “El tren”, donde viaja con él la remembranza de su padre y “El tío de las flores”, que nos relaciona y encariña con su tío Miguel, quien tuvo el privilegio de ser un jardinero auténtico.
Pienso que en estos tres relatos literarios se encuentran las raíces más profundas del hombre que desde su infancia se perfilaba como un escritor.
En la declaración de poesía en memoria de su madre está presente el amor y el desenfreno por la lectura. En la proclama vital sobre su padre se encuentra la desbordada pasión por los viajes. En el vuelo de palabras sobre su tío el jardinero está el amor por la naturaleza y por los seres que armonizan con ella.
Estos tres elementos: el amor, los libros y los viajes son los que marcarán el destino literario de Ignacio Ramírez.
Luego, rompiendo con el micro-universo familiar, el libro se abrirá al mundo de los muertos ilustres del arte y la literatura. La mayoría, muertos por alguna enfermedad o de viejos; a excepción del compadre Cacipa, que murió en la Guajira colombiana por las hordas salvajes de los paramilitares.
Allí, bajo la pluma fina del hermano Cronopio, desfilan: Henry Miller, el viejo calvo y marrullero; Ítalo Calvino que ante las miserias del mundo terrenal, prefirió vivir en la copa de los árboles; el pintor Alejandro Obregón; el novelista del patio, Héctor Rojas Herazo; el poeta Fernando Charry Lara; el maestro Enrique Buenaventura; Julio Cortázar, el Cronopio que murió de amor; el maese Pedro Gómez Valderrama; la escritora barranquillera Marvel Moreno; Celia Cruz, la guarachera de Cuba; el pintor venezolano Jesús Rafael Soto; el novelista del Tolima César Pérez; María Félix, la Doña inmortal que finalmente sucumbió; el paisa de Tibacuy; Rafael Chaparro Madiedo, el nefelibata; Germán Vargas Cantillo, el lector currambero; el pintor caleño Kat; Cachifo, el escritor nadaísta; el novelista mexicano Juan José Arreola; René Rebetez, el escritor cosmogónico; Eduardo Pachón Padilla, el hombre que fue un cuento; Miguel de Francisco, quien murió en París con aguacero; Luz Fanny Ortiz, que aún canta en el Son de los grillos y el maestro Arturo Alape.
Mausoleo de hombres y mujeres ilustres descritos por la pluma exquisita de Ignacio Ramírez Pinzón.
Muertos célebres, que viviendo bajo tierra hoy están más vivos que nunca.