martes, octubre 31, 2006

Teatro de los Cronopios

domingo, octubre 29, 2006

Milcíades

Literalúdica
Por Ignacio Ramírez
cronopios@cable.net.co

Milcíades

He aquí la historia de un hombre en apariencia menudo y frágil como un junco, pero perseverante y vigoroso como un roble en la contextura espiritual.
Nació en El cruce de los vientos, que es un lugar que queda en todas partes aunque no existe en los mapas, pues para recorrer sus caminos no hay que partir jamás sino siempre llegar, y -cuando eso suceda- darse cuenta que ser de allí es lo mismo que pertenecer a la sociedad de la imaginación, una secta invisible pero penetrante, cuya característica fundamental es la de no darse por vencido en nada, aún siendo consciente de habitar un mundo que no le corresponde.
Si a usted se lo señalaran en la calle y le pusieran el acertijo de adivinar qué hace, con seguridad que no atinaría, porque posee tan contumaz audacia, que es capaz de semejar a un anónimo vendedor de pólizas, un desempleado caminante, un silencioso pensador con gafas, un observador de pájaros invisibles, cualquier oficio distinto al que en realidad encarna: orillador de trópicos, fabulador de urbes, calmador de la sed de los huyentes, oficiante de la adoración, contemplador y relator de los misterios de las casas del fuego y de la lluvia, y -especialmente- ayudador sutil de hombres y mujeres de palabra.
No vive en una casa sino en una trinchera de papel, que fundó y empezó a construir durante el último cuarto del siglo que ya devoró el nuevo milenio, que va en su sexta rueda de molino de tiempo, noria sin fin, comienzo y acabose sin descanso.
Aunque no está escrito en la puerta, cualquiera que haya recorrido los zaguanes, los patios, las habitaciones y los recovecos de esta mansión de sueños, estará de acuerdo en que existe un letrero donde dice: "esta casa es de todos, aquí no viven ni la envidia, ni el canibalismo, ni la arrogancia, ni el tedio, sólo la poesía y la imaginación".
El día en que puso la primera página en su edificio de versos, aún estaban calientes las huellas de las botas del fantasma del Ché en el Escambray, todavía Bob Dylan cantaba su pacífica jerigonza, Martha Traba consagraba vacas y excomulgaba terneros de las artes plásticas, Gonzaloarango elucubraba manifiestos que levantarían urticaria en la piel del país del sagrado corazón.
Allí, en los laberintos y las moradas de cuartillas abiertas a quien tenga algo que decir, habitan las ideas y los textos de los buenos, los regulares y hasta los malos escritores, quienes nunca antes ni nunca en el futuro, tuvieron ni tendrán tan cálida y hospitalaria estancia para decir su primera palabra, afianzar sus sueños de polígrafos o consolidar sus condiciones de firmes literatos afincados en sus puestos de guerra, que en sus casos son cubículos desde donde se sueña, y en el particular de nuestro personaje, es un Puesto de Combate que funciona tanto para la batalla como para la conquista y la victoria, pero especialmente para el juego infinito de la palabra, esa "manera de decir las cosas".
Se llama Alejandro Pluma pero también se le conoce como Milcíades Arévalo. ¡Da lo mismo! En la matemática literaria, el orden de los factores tampoco altera el producto. Aunque de pronto sí: una vez, hace muchísimos años, en el emocionado afán de una nota periodística, confundí su nombre con el del también poeta Guillermo Bernal. Y se molestaron los dos. Y aunque pedí perdón públicamente, la inofensiva y sobretodo involuntaria ofensa, parecía que jamás iba a ser reparada. Pero hoy, ya todos personajes del siglo pasado, ha atravesado la ciudad en bicicleta y me ha dejado con el vigilante el último Puesto de Combate que como tal proclama desde hace treinta y muchos años largos y que de inmediato acomete en su resurrección, porque los puestos de combaten no se abandonan: se apertrechan, se consienten, se aceptan como una cruz o como una luz, como crucifixión y como cruz y ficción, que la literatura tiene al tiempo su madero con sus Cirineos y sus artífices de sombras y de ensueños. . Luego me llegó por correo su Inventario de invierno, un libro bello por fuera y por dentro. Y luego Cenizas en la ducha, una novela con eslabones cuentos. Y más y más y siempre más pedaleos y más revistas y más libros y más anuncios de retirada y más renacimientos de ave fénix, igual que sucede entre la luna y el sol, que viven pisándose la cola, a una rendija de distancia de la eternidad, amantes del relámpago, Quijotes de la noche, Sanchos Panza del día. Y creo, entonces, que al fin he sido perdonado por la falta que nunca cometí, y tengo también derecho a navegar el meridiano año sexto del nuevo milenio siendo amigo de todos y rindiendo un homenaje de corazón a este señor tímido y huracanado en uno solo, como el céfiro, mensajero y navegante del viento. Milcíades, uno de los pocos seres humanos de los últimos trechos, en Colombia, que conocen en carne propia cómo es de complejo y delirante el mundo de los poetas y de los escritores, eternos aprendices, sempiternos solitarios.

Cronopios Diario virtual para hombres y mujeres de palabra

Milcíades

Literalúdica
Por Ignacio Ramírez
cronopios@cable.net.co

Milcíades

He aquí la historia de un hombre en apariencia menudo y frágil como un junco, pero perseverante y vigoroso como un roble en la contextura espiritual.
Nació en El cruce de los vientos, que es un lugar que queda en todas partes aunque no existe en los mapas, pues para recorrer sus caminos no hay que partir jamás sino siempre llegar, y -cuando eso suceda- darse cuenta que ser de allí es lo mismo que pertenecer a la sociedad de la imaginación, una secta invisible pero penetrante, cuya característica fundamental es la de no darse por vencido en nada, aún siendo consciente de habitar un mundo que no le corresponde.
Si a usted se lo señalaran en la calle y le pusieran el acertijo de adivinar qué hace, con seguridad que no atinaría, porque posee tan contumaz audacia, que es capaz de semejar a un anónimo vendedor de pólizas, un desempleado caminante, un silencioso pensador con gafas, un observador de pájaros invisibles, cualquier oficio distinto al que en realidad encarna: orillador de trópicos, fabulador de urbes, calmador de la sed de los huyentes, oficiante de la adoración, contemplador y relator de los misterios de las casas del fuego y de la lluvia, y -especialmente- ayudador sutil de hombres y mujeres de palabra.
No vive en una casa sino en una trinchera de papel, que fundó y empezó a construir durante el último cuarto del siglo que ya devoró el nuevo milenio, que va en su sexta rueda de molino de tiempo, noria sin fin, comienzo y acabose sin descanso.
Aunque no está escrito en la puerta, cualquiera que haya recorrido los zaguanes, los patios, las habitaciones y los recovecos de esta mansión de sueños, estará de acuerdo en que existe un letrero donde dice: "esta casa es de todos, aquí no viven ni la envidia, ni el canibalismo, ni la arrogancia, ni el tedio, sólo la poesía y la imaginación".
El día en que puso la primera página en su edificio de versos, aún estaban calientes las huellas de las botas del fantasma del Ché en el Escambray, todavía Bob Dylan cantaba su pacífica jerigonza, Martha Traba consagraba vacas y excomulgaba terneros de las artes plásticas, Gonzaloarango elucubraba manifiestos que levantarían urticaria en la piel del país del sagrado corazón.
Allí, en los laberintos y las moradas de cuartillas abiertas a quien tenga algo que decir, habitan las ideas y los textos de los buenos, los regulares y hasta los malos escritores, quienes nunca antes ni nunca en el futuro, tuvieron ni tendrán tan cálida y hospitalaria estancia para decir su primera palabra, afianzar sus sueños de polígrafos o consolidar sus condiciones de firmes literatos afincados en sus puestos de guerra, que en sus casos son cubículos desde donde se sueña, y en el particular de nuestro personaje, es un Puesto de Combate que funciona tanto para la batalla como para la conquista y la victoria, pero especialmente para el juego infinito de la palabra, esa "manera de decir las cosas".
Se llama Alejandro Pluma pero también se le conoce como Milcíades Arévalo. ¡Da lo mismo! En la matemática literaria, el orden de los factores tampoco altera el producto. Aunque de pronto sí: una vez, hace muchísimos años, en el emocionado afán de una nota periodística, confundí su nombre con el del también poeta Guillermo Bernal. Y se molestaron los dos. Y aunque pedí perdón públicamente, la inofensiva y sobretodo involuntaria ofensa, parecía que jamás iba a ser reparada. Pero hoy, ya todos personajes del siglo pasado, ha atravesado la ciudad en bicicleta y me ha dejado con el vigilante el último Puesto de Combate que como tal proclama desde hace treinta y muchos años largos y que de inmediato acomete en su resurrección, porque los puestos de combaten no se abandonan: se apertrechan, se consienten, se aceptan como una cruz o como una luz, como crucifixión y como cruz y ficción, que la literatura tiene al tiempo su madero con sus Cirineos y sus artífices de sombras y de ensueños. . Luego me llegó por correo su Inventario de invierno, un libro bello por fuera y por dentro. Y luego Cenizas en la ducha, una novela con eslabones cuentos. Y más y más y siempre más pedaleos y más revistas y más libros y más anuncios de retirada y más renacimientos de ave fénix, igual que sucede entre la luna y el sol, que viven pisándose la cola, a una rendija de distancia de la eternidad, amantes del relámpago, Quijotes de la noche, Sanchos Panza del día. Y creo, entonces, que al fin he sido perdonado por la falta que nunca cometí, y tengo también derecho a navegar el meridiano año sexto del nuevo milenio siendo amigo de todos y rindiendo un homenaje de corazón a este señor tímido y huracanado en uno solo, como el céfiro, mensajero y navegante del viento. Milcíades, uno de los pocos seres humanos de los últimos trechos, en Colombia, que conocen en carne propia cómo es de complejo y delirante el mundo de los poetas y de los escritores, eternos aprendices, sempiternos solitarios.

lunes, octubre 23, 2006

Cuatro negras de palabra

La artesanía del verbo

Cuatro negras de palabra

Mary, María de los Ángeles, Lucrecia y Amalia Lú



Aparte de mostrar la exquisita riqueza y variedad de las artesanías del Pacífico, cuatro mujeres de la región presentaron espléndidas facetas de la expresión cultural de pueblos que aún azotados por la violencia tienen valor para cantar y denunciar desde la trinchera de las palabras.

Por Ignacio Ramírez
Cronopios – Agencia de Prensa

Cuando la negra Mary Grueso se planta en el escenario con su cuerpo rítmico y grandote y hace a un lado el micrófono para proclamar que no le digan morena sino negra y que no la tilden de mujer de color sino de negra y que no la blanqueen porque ella está muy orgullosa de sus negrísimos ancestros como la noche, como el tambor y como el carbón, al público que la contempla y que la escucha se le eriza la piel y se le nota la tremenda sorpresa de vibrar con las palabras de una mujer altiva y carismática, que sabe bien que el huracán de su palabra negra deslumbra y cala en todos los auditorios que pisa para iluminar y estremecer al tiempo.

A María de los Ángeles Popov se le alborota la poesía en los senos. Grandes y erectos y provocativos, los luce siempre con la coquetería de quien se sabe dueña de una ventana sensual que permite ver hacia fuera la reacción lasciva de los machos y envidiosa (o al menos suspicaz) de las mujeres. Entonces, por antonomasia, por fuerza de gravedad, la poesía de María de los Ángeles tiene que ser erótica: “Soy/ una/ noche/ luminosa,/ de cuerpo celeste./ Mi/ sexo/ gira/ sobre tu boca”. Su poesía habla de vaginas nubes, de camas claras de canela, de sábanas huracanadas, caderas climáticas, y climax.

Lucrecia parece toda un árbol de navidad con tronco negro y luces de todos los colores que alegran la tarde desde su boína blanca y su chaqueta. Arenga en sus poemas por la paz. En ellos habla de las mezclas raciales, de los ríos de su tierra que van al mar Pacífico y de la condición orgullosa de la gente que habita los contornos de sus mapas cotidianos, vitales.

Y Amalia Lú es imaginera desbordada que busca y encuentra ritmos que nacen, crecen, se reproducen y se hacen inmortales en los pezones, los ojos, las caderas, el clítoris, el susuné (húmedo umbral, negro umbral, libidinoso y lujurioso umbral entre las piernas de las negras). “Genarina Mosquera, la nana Ina –por ejemplo—tenía el ritmo en el ombligo”, “Miguelina Cuesta tenía el ritmo en el mirar”, “Honoria Lozano tenía el ritmo en el sentar”. ¡Ah! Amalia Lú cuenta las historias con ritmo en todo el cuerpo y si uno las lee directamente de su libro Vean, ve, mis nanas negras, descubre a una escritora singular dotada con el arte de narrar con ritmo (claro), con sutil buen humor y evidente buen oficio de mujer de palabra.

Estas cuatro bellas negras del Pacífico, una de Guapi, otra de Roldanillo, la tercera del Cauca y la otra de Quibdó, fueron una espléndida sorpresa para quienes durante el puente festivo que acaba de pasar, acudieron a la Feria Artesanal que en Bogotá mostró las maravillas que hacen con sus manos creadoras los hombres y mujeres de la costas pacíficas del Cauca, del Valle y de Nariño. Gente de cestería, de madera, de tejidos vistosos, de viandas y de música. Gente que a donde va, cautiva; donde baila, contagia; donde canta, deslumbra.

Y las cuatro poetas de la palabra negra, un testimonio admirable y valiente de cómo el verbo aún arde e incendia frente a los vientos del desastre. Aún cautiva y permanece firme como única fuerza de la razón para enfrentar la guerra.

Nadie que oiga y vea a estas mujeres podría creer que vienen de pueblos destruidos por los asesinos que secuestran y cilindran y campean orondos por la tierra de todos que volvieron de nadie.

La negra Mary Grueso: “La sangre de mi cuerpo/ se empieza a desbocá/ se me sube a la cabeza/ y comienzo a protestá”.

María de los Ángeles: “Al otro lado de mi cuerpo, hay un río/ un pedazo de tierra, un monte púbico/ Al otro lado de mi cuerpo sueñan grillos”.

Lucrecia: “Desde mi tierra yo la llamo/ y ella me dice que vendrá/ Nadie podría creerlo/ pero a mí me habla la paz”.

Amalia Lú: “Bella Paz era alta y maciza, de pies y manos grandes como los árboles frondosos; tenía las tetas gigantescas y un nalgatorio que se le movía al caminar como las campanas de la catedral”.

Mary Grueso es Maestra, con mayúscula. Habla de Kierkegard y de Sartre y de Camus y de Jean Jacques Rousseau, como de sus más íntimos amigos.

A María de los Ángeles Popov la abraza el público y la aplaude y se la lleva sin permitir que diga una palabra para los Cronopios. En cambio, deja un cuadernillo negro donde se proclama negra redonda, semifusa y silenciosa, en cama musical.

Lucrecia carcajea sus blanquísimos dientes, mucho más blancos que su boína blanca y mucho más vistosos que sus bluyines de arcoiris y sus chaquetas policromas.

Y Amalia Lú, sicóloga ataviada de diva contadora de historias lúdicas y rítmicas, mira a la gente que le aplaude y se dedica a adivinar de dónde le viene el ritmo a cada uno.

Si usted vio y escuchó a estas cuatro poetas negras del Pacífico colombiano, coincidirá conmigo en sustentar la esperanza que aún queda en la palabra. Si no, cuando sepa que en alguna parte se presentan, vaya a verlas. Da mucho gusto sentirse compatriota de seres que como ellas cantan en el mismo lugar donde todo el mundo se lamenta.

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