miércoles, septiembre 13, 2006

Cronopios Diario virtual para hombres y mujeres de palabra: Pablo Baal y los hombres invisibles

domingo, septiembre 10, 2006

Buscadores de textos

Buscadores de textos


Aunque el vértigo científico-tecnológico hace todo lo posible por convencer a la humanidad de la inexorable muerte del libro, más hombres y mujeres deciden cada día acometer ese destino largo, solitario, ingrato y complicado de la expresión a través de la palabra. La gente dice que lee, pero no es cierto. Muy fácil hacer la prueba si es usted uno de esos exóticos especímenes que sí devoran y degustan mundos de papel y entabla diálogo desprevenido con los pontífices de coctel, sabedores de títulos, husmeadores de solapas y reseñas. A su primera pregunta sobre el fondo o la forma, el estilo o la atmósfera, se diluirán, volátiles, como vilanos soplados al viento.
La industria editorial crece y engorda sus arcas, pero literariamente se nutre única y exclusivamente de los nombres fulgurantes, las estrellas clásicas, los sobrevivientes del “boom” y los postmodernistas amigos de los teóricos del postmodernismo. Pero la realidad señala que el escritor no tiene quién lo lea. En Colombia la situación es proporcionalmente dramática a la situación del país. ¡Quién lo creyera!, pero a medida que se acrecienta el caos, el núcleo de los nuevos escritores crece. Nadie lo sabe, porque para muchos medios de comunicación la literatura es material desechable o de relleno.
No obstante, en la costa atlántica y en la pacífica, en Nariño, en Antioquia, en el Cauca, en el Tolima, en el Huila, en Risaralda, en todas las regiones del país, hay seres solitarios que persisten en la tarea silenciosa de recrear el universo, el mundo, el microcosmos, en los insondables terrenos de la poesía, el cuento, la novela, el ensayo. Saben ¬¬—casi todos ellos—, que escriben para nadie. Si encontrar un lector es tarea ingrata, pensar en publicar…¡imposible!
La situación llevó, hace ya varios años, a un grupo de lectores optimistas, de aquellos que aman la lectura y luchan contra viento y marea contra quienes no leen y sin embargo tienen la osadía de criticar, a crear “Lectores anónimos, Secta Literaria del Siglo XXI”, cuyo propósito fundamental es el de descubrir y promover autores y textos nacionales de primera calidad. Esos lectores ocultos (que tienen buenos contactos con editores nacionales e internacionales) aún existen y se han convertido en auténticos buscadores de trabajos que pudieran necesitar un empujoncito para convertirse en libros. Su idea es que existen escritores importantes que no cuentan con medios de promoción y menos con lectores capaces de emitir un criterio objetivo acerca de sus obras. Tras el análisis correspondiente, se pondrán en contacto con aquellos autores cuyos textos consideren meritorios o cuya obra en marcha revele talento y vocación literaria. Los lectores anónimos andan con la lámpara de Diógenes. Salga de la duda. Si le responden, les gustó. Si no, tenga la seguridad de que en todo caso fue leído.

Burundún Burundá

El retorno del gran Burundún Burundá


"Erótica y poética del Siglo XX" es el título del libro de Jorge Zalamea promovido por el Centro Editorial de la Universidad del Valle, como parte de su colección "Ensayo Iberoamericano", dentro de un ambicioso plan de rescate del patrimonio literario nacional.
El volumen fue preparado por el escritor y profesor Carlos Vásquez Zawadzki, quien en emocionada nota de presentación recuerda cómo en 1969, los estudiantes de la época, especialmente los inclinados por el arte y la literatura, tuvieron el privilegio de compartir inolvidables momentos con el autor del Gran Burundún Burundá. Zalamea viajaba a Cali cada quince días, invitado por la Facultad de Filosofía de la Universidad que le rinde homenaje al editar las memorias de sus diálogos con gente inquieta y brillante como Andrés Caycedo, Gustavo Alvarez Gardeazábal, Hernán Toro, Harold Alvarado Tenorio y el propio Vásquez, entre muchos otros que posteriormente han figurado nacional e internacionalmente con sus obras narrativas, poéticas, ensayísticas o críticas.
Las conferencias de Zalamea allí reproducidas son, como todos los productos de su cultura sólida, de su pensamiento claro y beligerante, documentos valiosos, testimonios contundentes de un sabio criollo injustamente sepultado por los comentaristas contemporáneos, más atentos a la moda que a la densidad y el tono de la palabra.
Esas, entre muchas otras, las razones que resaltan la importanciade éste libro, desde cuyas páginas resucitan fulgurantes el verbo y el estilo de quien enseñó a varias generaciones a auscultar la obra de Saint-John Perse, Blaise Cendrars, Seferis, Michaux, Pound y a través de ellos a no hacer concesiones ante el facilismo, los complejos literarios, el conformismo y la falsa intelectualidad.
"Erótica y poética del Siglo XX" abre el recorrido: un viaje deleitoso por el territorio del amor desde las venas poéticas de los remotos desconocidos que crearon el mito de la Musas, pasando por poemas del ciclo de Arturo, de la canción de Rolando, de los Nibelungos, del Canto ruso de Igor...hasta llegar a los más altos poetas del Siglo XX, analizados desde su expresión del amor de la pareja humana. Allí, T.S. Elliot, Joyce, D.H. Lawrence, Maiakovski, Voznesenki...¡Hasta los beatniks! Sin dejar de incorporar a la gran poesía amorosa y erótica del Siglo XX al colombiano Arturo Camacho Ramírez. (Zalamea nos recuerda que los colombianos, en términos generales, tenemos en las venas más "changua" que sangre, aunque rescata otros nombres como Mutis y De Greiff).
Un capítulo sobre la manera como el juego y la profecía forman parte del alma del poeta, nos lleva por las imágenes lúdicas de Prévert, Aragón, Huidobro, Péret, Alberti, Desnos, Blok ("el más grande poeta que haya tenido Rusia en el Siglo XX", según Zalamea). Y nos devuelve la gratificante sensación de sabernos homos-ludens, como más tarde nos ratificaría Cortázar.
Dios, la circunstancia humana, el poema en sí y las alabanzas del poeta son otros de los temas de las conferencias de Zalamea contenidas en este libro singular, que confirma la dimensión de éste gran ser literario que en buena hora ha vuelto para despertar, una vez más, "la maravillosa vida de los libros".

Bukowski

La última eyaculación

Al celebrar un año más de la desaparición de Charles Bukowski —“vivo y muerto en olor de porquería”, según epitafio por él mismo sugerido— la literatura ha perdido a uno de sus personajes más vitales, polémicos, combatidos y despreciados de toda su historia. Bebedor perpetuo, lúcido y lúdico, irreverente, sexomaníaco, consecuente con la miseria espiritual de quienes le rodeaban, último espejo literario donde los Estados Unidos pueden mirarse de cuerpo entero, este enorme alemán transplantado a Los Angeles asumió y gozó durante sus intensos 74 años el papel de “dedo en la llaga” de una sociedad timorata y mediocre, disfrazada por la farsa y la moda.
Junto con Henry Miller, quien jamás llegó a su crudeza realista, a su lenguaje tan fétido como efectista, a su admirable desfachatez, Bukowski puso patas arriba todas las absurdas pretensiones de la crítica, se burló de frente y con razón de los grandes figurones de la literatura contemporánea y recordó, entre chiste y chanza, en medio de solemnes borracheras, que “al único escritor que reconozco y admiro es a Dante, porque él, como yo, asumió contar los sufrimientos que nacen de las desgracias personales, contar el infierno que es vivir entre gente hipócrita y cochina, donde no somos más que ciegos que buscan a palos su diminuta felicidad. Y que quede bien claro que yo no escribo para salvar a la humanidad sino para salvarme a mí mismo”.
A pesar del escándalo, la persecución de los moralistas y los pacatos, la descalificación por parte de los críticos de los grandes suplementos norteamericanos, los lectores del mundo entero vieron en sus textos la presencia de un verdadero prestidigitador de la palabra, habilidoso constructor de imágenes, crítico mordaz e intransigente. Cuentista magistral, inspiró a eximios directores de cine como el italiano Marco Ferreri, y el francés Barbet Schroeder, quienes hicieron perdurables versiones de algunas de sus historias.
Oficina Postal, su primera novela (curiosa coincidencia con Miller, quien también escribe su ópera prima en el basurero de los correos), llamó de inmediato la atención de los marginados, quienes fueron siempre el grueso de sus lectores. Luego vendría casi medio centenar de libros —El amor es un perro del infierno, Memorias de un viejo asqueroso, Perros fríos en el patio, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y otros cuentos de la locura vulgar, para mencionar algunos—. Poeta o narrador, daba lo mismo “porque de todas maneras lo que me gusta es la calle, y nada más. Soy alcohólico porque el alcohol hace la vida mejor. Y con la vida y el alcohol, el sexo”.
Uno de sus relatos más fantásticos y vertiginosos, cuenta de una bruja que para vengarse de su amante infiel, al tiempo que le hacía el amor, iba reduciéndole de tamaño, hasta dejarlo de la talla de un falo que le servía de vivo consolador. En el orgasmo, en la última eyaculación, se iba la vida, pero el hombre-pene entraba en órbita del universo vaginal por los siglos de los siglos. Suprema venganza. Esa, tal vez, la muerte de Bukowski.
Predios del galimatías
¿Qué es eso de un escritor monetario? Por favor, señores encargados de la corrección de pruebas: explíquenlo a los lectores, porque yo no he sido capaz. En la última edición de Literalúdica acusaron (¿qué otro verbo emplear?) a José Garcés González de ser un autor monetario. Mi columna original hablaba de José Luis y claramente decía que se trataba de un autor monteriano. Y resulta ostensible la diferencia entre “gentilicio de los nacidos en Montería, Córdoba, Departamento colombiano” y “relativo a la moneda o al dinero”, definiciones que he copiado del diccionario para estar seguro de que no ando en las arenas movedizas de la sinonimia (Sí, para los lectores, en las del galimatías). Y si bien es cierto que Lítera y Lúdica son vocablos que incitan al juego y al buen humor, mi perspicacia no da para tanto.
Esas cosas pasan: a Juan Carlos Botero, en La República, le preguntaron cuál era su libro favorito. “Sobre héroes y tumbas”, contestó el autor. Salió publicado “Zorreros y Tumbas”, con lo cual el que quedó como un zorrero fue el pobre Juan Carlos. Iván Cocherín, poeta y personaje popular de Manizales, alguna vez persiguió a Juan Manuel Roca para entregarle un libro con esta dedicatoria: “a mi admirado poeta Juan Manuel Duque”.
Ahora entiendo porqué hay quienes sugieren a ciertas publicaciones que en lugar de un acápite que figure como Fe de erratas, abra uno que se denomine Fe de Ratas. (Tómese como broma, pero hágase realidad).

Buscadores de textos
Aunque el vértigo científico-tecnológico hace todo lo posible por convencer a la humanidad de la inexorable muerte del libro, más hombres y mujeres deciden cada día acometer ese destino largo, solitario, ingrato y complicado de la expresión a través de la palabra. La gente dice que lee, pero no es cierto. Muy fácil hacer la prueba si es usted uno de esos exóticos especímenes que sí devoran y degustan mundos de papel y entabla diálogo desprevenido con los pontífices de coctel, sabedores de títulos, husmeadores de solapas y reseñas. A su primera pregunta sobre el fondo o la forma, el estilo o la atmósfera, se diluirán, volátiles, como vilanos soplados al viento.
La industria editorial crece y engorda sus arcas, pero literariamente se nutre única y exclusivamente de los nombres fulgurantes, las estrellas clásicas, los sobrevivientes del “boom” y los postmodernistas amigos de los teóricos del postmodernismo. Pero la realidad señala que el escritor no tiene quién lo lea. En Colombia la situación es proporcionalmente dramática a la situación del país. ¡Quién lo creyera!, pero a medida que se acrecienta el caos, el núcleo de los nuevos escritores crece. Nadie lo sabe, porque para muchos medios de comunicación la literatura es material desechable o de relleno.
No obstante, en la costa atlántica y en la pacífica, en Nariño, en Antioquia, en el Cauca, en el Tolima, en el Huila, en Risaralda, en todas las regiones del país, hay seres solitarios que persisten en la tarea silenciosa de recrear el universo, el mundo, el microcosmos, en los insondables terrenos de la poesía, el cuento, la novela, el ensayo. Saben ¬¬—casi todos ellos—, que escriben para nadie. Si encontrar un lector es tarea ingrata, pensar en publicar…¡imposible!
La situación llevó, hace ya varios años, a un grupo de lectores optimistas, de aquellos que aman la lectura y luchan contra viento y marea contra quienes no leen y sin embargo tienen la osadía de criticar, a crear “Lectores anónimos, Secta Literaria del Siglo XXI”, cuyo propósito fundamental es el de descubrir y promover autores y textos nacionales de primera calidad. Esos lectores ocultos (que tienen buenos contactos con editores nacionales e internacionales) aún existen y se han convertido en auténticos buscadores de trabajos que pudieran necesitar un empujoncito para convertirse en libros. Su idea es que existen escritores importantes que no cuentan con medios de promoción y menos con lectores capaces de emitir un criterio objetivo acerca de sus obras. Tras el análisis correspondiente, se pondrán en contacto con aquellos autores cuyos textos consideren meritorios o cuya obra en marcha revele talento y vocación literaria. Los lectores anónimos andan con la lámpara de Diógenes. Salga de la duda. Si le responden, les gustó. Si no, tenga la seguridad de que en todo caso fue leído.

Caballero: repita
Espléndido regalo de navidad han dado a todo tipo de lectores, por anticipado, los editores de la revista elmalpensante, un proyecto de "lecturas paradójicas" muy bienpensado para un país tan inconsecuente y delirante, que por eso mismo pide a gritos otras voces, otros temas, otros tonos, otros estilos que en medio de la contradicción y el caos permitan palpar la realidad desde el otro lado del espejo: la ficción, esa existencia cruda que vivimos y que nos negamos a aceptar porque nos da miedo abanderar la idea opuesta a la general o común, única que quizás pueda indicarnos la escalera que baja hasta la puerta de salida de esta torre de Babel.
elmalpensante Nº 1 invitó a un Ruven y a un Rubem cuyas magnitudes artísticas prestigian a cualquier publicación del mundo contemporáneo: el primero, Afanador, hizo una foto de carátula tan impactante y buena, tan nítida y equilibrada, que debían colgarla frente a sus mesas de trabajo los muchos editores de revistas que no salen del lugar común, el desenfoque, los vacíos. Del segundo, Fonseca, Mario Jursich Durán tradujo un Romance negro , que aparte de pieza antológica de la cuentística contemporánea, resulta, como todo lo escrito por el autor de El gran arte, reconciliación con un mundo literario nutrido por el que nos tocó gozar, sufrir, oler y criticar.
Hay 22 páginas de cartas secretas, viscerales y vibrantes, de Andrés Caicedo. Un viaje de ida sin regreso al universo de los libros, de Gabriel Zaid, dos altos poemas de Gonzalo Rojas, textos de Germán Espinosa y Salman Rushdie, Héctor Abad Faciolince y Andrés Hoyos (el Director), Benito Jerónimo Feijóo y H. L. Menken.
Pero lo que a mí más me gustó fue "El padre de mis hijos", un cuento inédito del poderoso Caballero que es Don Antonio, ese señor Calvo, barbado, con cara de bravo aunque dicen —quienes saben— que es su escudo para la timidez; reputado como excelente columnista y cronista, irreverente y claro, erudito y culto, sin pelos en la lengua. Y bien conocido por nosotros, los lectores anónimos, porque hace ya muchos años nos lanzó el anzuelo de Sin remedio, una novela novedosa, grata, rica, semejante a la vida y a los personajes que nos rodean, y pensamos, entonces, que sería la literaria ópera prima de un autor indispensable para oxigenar una narrativa que hasta ese momento se asfixiaba en una atmósfera gris, semejante a la del caos nacional.
Pero no: Don Antonio multiplicó artículos, crónicas y columnas para devotos de periódicos y revistas, pero a los lectores de literatura nos olvidó. Por eso, ahora, con este cuento de elmalpensante , donde desde el primer renglón nos montamos al bus intermunicipal con Luz Angélica y logramos en un insólito itinerario tropical, ver, simultáneamente, la piel triste y sangrienta de este país, y la figura congelada y moribunda de Omar Sharif en El doctor Zhivago, comprendemos cómo es de importante que los verdaderos escritores —aunque sean los más encumbrados periodistas, los más ocupados personajes— no dejen de escribir literatura. Caballero: repita.

Borgeseando a Borges

¿Será que seré?

Por Ignacio Ramirez
ignacioramirez@cable.net.co

Había una vez un hombre que era todos los hombres y todas las mujeres de la tierra. Los vivos y los muertos eran él. Los grandes personajes de la historia y 1os anónimos transeúntes también eran en su piel.

No se trataba de un juego delirante. No de un desdoblamiento ni un caso digno de Freud o de Lacan o de Piaget. Él era todos los seres de todos los tiempos en una realidad tan tangible que era dado palparle la carne y los huesos y escucharle la verba o contemplarle los silencios o el sueño.

No necesitaba espejos para saber quién era en cualquier circunstancia. Simplemente sabía que tal instante era éste o aquel personaje y asumía con la misma congoja excéntrica con que asumen su papel los siameses, su rol de vivir todas las vidas.

Era corriente una extraña simu1taneidad que le permitía ser muchos seres a la vez. Cumplía con los deberes de todos y conservaba la memoria integral sin que se moviera una hoja del árbol de su esqueleto, sin su voluntad.

Nadie al comienzo lo sabía. Pero un día diáfano de sol tropical alguien lo vio colándose por una historia que no parecía ser la suya y sucedió que como una bola de nieve comenzó a crecer el rumor de que ese hombre era todos los hombres y todas las mujeres de la tierra. Y se dio la naturaleza del escándalo. Le hicieron famoso y prestigioso y acudieron a él en todo tiempo pues su infinita condición de seres parecíale propicia a todo el mundo para solucionar conflictos o descargar responsabilidades.

Fue consecuente con su carnadura. Se dejó ver por todas las dimen¬siones del tiempo y del espacio. No dejó lío sin resolver ni queja sin atender. Sobre sus hombros cayeron todos los gobiernos y en la planta de sus pies estaba el gran encargo de sostener el mundo, como dicen que hacía el viejo Atlas en otras mitologías arcaicas. Sus ojos que todo lo veían se responsabilizaron de las imágenes de la luz y de las sombras. Sus manos fueron instrumento de alfarería pero también artificiosas herramientas para los robos de los malandrines. Amores de todo tipo y fuerza protagonizó, lo mismo que odios. Conoció muy a fondo el universo de la risa pero también se empapó muchas veces de la zozobra que acompaña inexorable al dolor y a la muerte

Era de ver su cara múltiple cuando la noche caía resbalosa sobre su historia sin fin..

Un día supo que iba a morir porque aunque todos los hombres y todas las mujeres eran él, de todas maneras "se muere siempre un poco/y lo terrible es no sentirlo”. Quiso en ese instante de suprema humanidad, rememorar su experiencia. Una especie de vértigo se le plantó en la imaginación: recordóque había sido Sófocles y Edipo. Urdió las batallas de Atila, pasó por las pobres y humildes pajas de Jesús, se recostó encima del pubis angelical de Marylin, se sacó los mocos y espantó gusanos en las calles de Calcuta, fumó todas las yerbas alucinógenas y repartió comunión en la Capilla Sixtina. Y se hizo una :pregunta que le causó la muerte:- ¿Será que yo soy Borges?

Tres poetas colombianos publicados en México

Viernes 31 de agosto de 2006 — http://cronopiosdiariovirtual.bolgspot.com/

Juan Manuel, Jota y Equis, en colección
continental de Azor


Portadas de los libros mexicanos de Jota Mario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar
(X-504) y Juan Manuel Roca, poetas colombianos en la colección Azor


Tres poetas colombianos de contrastadas pero representativas voces en nuestra más reciente historia literaria, forman parte ya de una selección de libros mexicanos que destaca la presencia y la importancia de los poetas como protagonistas, testigos y fiscales de estos críticos tiempos que vivimos.

Las hipótesis de Nadie, el libro que mereció el Premio Nacional de Poesía para Juan Manuel Roca, hace un par de años, una selección de tres de las principales obras (Los poemas de la ofensa a la cabeza) de X-504 —quien insiste en llamarse Jaime Jaramillo, como cualquier vecino—, y Paños menores, que identifica claramente el tono corrosivo y agudo del nadaísta Jota Mario Arbeláez, fueron los títulos seleccionados para esta colección que incluye además a otro buen número de autores poéticos del continente

Idea, sustentación, empeño y puesta en marcha provienen de Alforja, una revista mexicana de la Fraternidad Universal de los Poetas, liderada y trajinada por José Ángel Leyva (poeta también, por supuesto).

Alforja es una revista cuyo tema fundamental es la poesía, los poetas y el quehacer poético, por lo que está dirigida a escritores, intelectuales, universitarios, así como a un amplio público interesado en la poesía.

Es el inicio de un trabajo de reconocimiento de voces externas que es necesario interiorizar, en una época en la que todo fluye en el vértigo de la los medios masivos.

En esta primera fase figuran los siguientes autores:
1. Juan Manuel Roca (Colombia)
2. Jaime Jaramillo Escobar (Colombia)
3. Jotamario Arbeláez (Colombia)
4. Margaret Randall (Estados Unidos)
5. Niki Ladaki (Chipre)
6. Floriano Martins (Brasil)
7. Régis Bonvicino (Brasil)
8. Máximo Simpson (Argentina)
9. Rodolfo Alonso (Argentina)
10. Alfredo Fressia (Uruguay)

En una segunda vuelta se anuncian ya los nombres de:
Juan Gelman (Argentina), Antonio Cisneros (Perú), Jerome Rothenberg (Estados Unidos), Eunice Odio (Costa Rica), Armando Uribe (Chile), Félix Grande (España), Lêdo Ivo (Brasil), Raquel Jodorowsky, entre otros.
Alforja llega así a sus diez años de permanencia y de difusión de la poesía, más allá de las páginas de su revista, más allá de sus fronteras, en el centro de un proyecto independiente regido por la utopía de la Fraternidad Universal de los Poetas.

Y, lo de siempre: ¿cómo conseguir los libros? Visite la página de Alforja: www.alforjapoesia.com

Aventura de papel

Aventura de papel
La idea es excelente y la regularidad conque han aparecido los títulos anunciados ha sido tan rigurosa (¡en semejante maremagno!), que en medio de la incredulidad en que vivimos salta la duda consciente: ¿Será verdad tanta belleza?, y aflora la exclamación criolla: ¡falta ver que se cumpla!
Hablamos de un proyecto llamado Biblioteca Familiar Presidencia de la República, cuyo cimiento filosófico parte de la idea de que "en los hogares del país se requiere siempre tener a mano un repertorio básico de textos claves sobre Colombia" y anuncia la publicación de 30 títulos fundamentales para que la mayor cantidad de colombianos pueda, a través de su lectura, comprender y sentir el pasado y el presente, y tenga, a partir de tal base, la posibilidad de vislumbrar o por lo menos sospechar el futuro inmediato.
La idea es poner a leer a todo el mundo, no sólo con la publicación de los libros, sino mediante una campaña proselitista que (como en vértigos pre electorales) llegue hasta el último rincón del mapa: escuelas, colegios, universidades, centros comunales, agrupaciones campesinas e indígenas, cárceles, barrios, veredas, calles, casas donde se quiere agitar la bandera de "una educación para ser más libres, responsables y participativos, donde nuestras visiones se enriquezcan al contacto con el mundo".
En teoría suena magnífico, pero para que se convierta en práctica sería indispensable, primero, que las ediciones fueran tan numerosas y los medios de distribución tan efectivos, que los libros llegaran (en serio) a todas las comunidades previstas. Segundo: que los sujetos a quienes van dirigidos, entendieran por vez primera y ojalá a partir de ahí, para siempre, que "la detallada lectura de un libro bien puede cambiar el destino. Definir una vocación. Abrir un horizonte. Brindar válidos instrumentos críticos para el análisis y transformación de una realidad compleja como la nuestra".
Hay ensayo, historia, economía, novela y poesía. Y claro: no podrían faltar ni María, ni la Vorágine, ni De Sobremesa, pero así se comienzan las bibliotecas históricas, las básicas. Por eso también habrán libros de crónicas y de autobiografías, grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia y seguramente llegaremos a títulos contemporáneos que nos permitan no sólo comparar los hechos a través del tiempo sino reclamar por las obras que hagan falta. En el frente real de la batalla esta el alto poeta (¿alguien lo niega?) Juan Gustavo Cobo Borda, quien, es cierto, juega en el controvertido bando oficial, pero cuyas obras a través del tiempo pueden verse, palparse y leerse, y eso constituye garantía. Jaime Jaramillo Uribe, Fernando Charry Lara y Hernando Valencia Goelkel, avalan también esta aventura de papel.
Maestros, líderes, estudiantes, padres de familia, jóvenes y viejos: aprovechen la oportunidad: exíjanle a la Presidencia de la República que por lo menos los 30 títulos de la Biblioteca Familiar Colombiana lleguen hasta sus comunidades y encárguense de promover entre los suyos la alegría de leer.

Don Juan nuestro

Literalúdica
Por Ignacio Ramírez

Don Juan nuestro

Como todo respetable aventurero, a la edad de 17 años ya andaba Don Juan de Castellanos —nacido en Alanís, provincia y arzobispado de Sevilla, España, en 1522— pisando tierra americana, con los ojos bien abiertos y los oídos bien despiertos para que ese mundo exótico descubierto menos de medio siglo antes por Colón, hiciera el tránsito enigmático que del universo va los ojos del perplejo y luego, cuando ese estupefacto observador es también poeta, se convierte en texto sagrado.
La historia y todas las gracias de ese personaje, que también fue soldado, minero, cronista, negociante de perlas, cura, infidente y hereje según la macabra inquisición, es la que nos narra y analiza con tono y resultado magistrales nuestro creciente intelectual William Ospina en Las auroras de sangre, un libro realizado en coedición de la Editorial Norma y el Ministerio de Cultura, que constituye invaluable trabajo de rescate de una de las más notables obras literarias de la lengua castellana y de uno de los personajes más interesantes de cuantos protagonizaron esa epopeya desorbitada y cruenta que fue la conquista de América.
Ospina, quien en menos de una década ha fortalecido su obra de ensayista y poeta, consolida aquí el periplo que lo ubica con pies firmes a las puertas del nuevo milenio, que pide a gritos escritores serios, ultramacondianos y con una óptica del tiempo que no se rija por la moda ni se resbale en la farándula, como sucede con la mayoría de las lumbreras literarias criollas de estos tiempos de reconquista de lo pasajero.
William es riguroso y sensato en estas 450 apasionantes páginas, escritas después de navegar no sólo la vida y la obra enteras de quien legara a la historia y a la poesía sus Elegías de varones ilustres de Indias, sino toda la bibliografía posible en un reto de semejante tamaño. Por eso, Juan de Castellanos y el descubrimiento de América, es fundamentalmente la narración de la conquista mayor: la del bautismo de América con el nuevo lenguaje que denominó río al río, montaña a la montaña, traición a la traición, aurora a la aurora y sangre a la sangre. Y todo lo mágico y lo turbulento que de allí se desprende.
Este libro es de todo, al tiempo: novela, ensayo, biografía, poema. Al comienzo (mejor, antes del comienzo) nos captura con los antecedentes de la historia y nos comprueba cómo sólo la poesía es capaz de contarla con la luz, la atmósfera y el tono que ella necesita. Después nos metemos en la piel de este Don Juan (el nuestro), quien se volvió americano por obra y gracia del mestizaje inevitable entre la tierra y la palabra y quien además, a través de sus elegías audaces y asombrosas, nos permite leer de manera distinta a como nos lo han contado, el continente. Luego el autor reflexiona y nos insta a lo mismo, para estar de acuerdo en la justicia de reconocer a Don Juan de Castellanos como todo un poeta y a su obra como una obra de arte, que es a la vez documento de enorme valor para la búsqueda del fantasma de nuestras señas de identidad.
El libro es bueno para todo aquel que quiera sumergirse en dos clases de aventuras bien distintas y distantes y sin embargo unidas, semejantes y cercanas, gracias a la taumaturgia de la poesía: la primera, esa odisea de los conquistadores, los guerreros, los despavoridos, los voraces, los delirantes, los enloquecidos por el hallazgo de un tesoro inmensamente superior a las arcas. La segunda, la hazaña de la palabra, capaz de hacer visible lo invisible (“La tierra cubren venenosos tiros/ Y golpes causadores de suspiros”).

Alape

Cuando el río suena
La vida de Arturo Alape ha sido un Río de inmensas voces...y otras voces, como el título de su último libro editado por Planeta (abril, 97). Es esa cabalmente —una polifonía que viene tanto del autor como de los personajes que allí viven y duermen— la tonalidad que se percibe a lo largo de las 307 páginas de crónicas y reportajes que prolongan la vida de textos que fueron artículos de prensa a lo largo de muchos años de ejercicio intelectual de quien ha sido vendedor de baratijas, cacharrero, agitador político, guerrillero, dramaturgo, ensayista, historiador, periodista, cuentista, pintor, perseguido, exiliado, conferencista, bohemio, pero por encima de todo, escritor.
Eso se nota claramente en este libro, en donde las técnicas que a veces amordazan a los géneros periodísticos, son desbordadas por la imaginación o el vuelo poético del pensamiento del autor, quien entre las líneas que le permite el diálogo con personajes muy diversos, deja colar vivencias personales, desata el vuelo de sus propios fantasmas (el exilio y la piel ardida por la militancia) y hace evidente cómo el escritor jalona al periodista y lo deja en la sombra, aunque en una nota introductora haya advertido —con tono de catedrático riguroso que no podrá autenticar jamás un ashaverus como él— que trabajó en la crónica y el reportaje pensando en el destierro al que los han condenado los medios escritos en Colombia, ante el predominio comercial de los avisos pagados.
Por eso, con mucha razón Juan Manuel Roca nos advierte en el prólogo que este libro bien puede servir para "romper la cabeza a la desmemoria" de este amnésico lugar del cosmos en donde "la historia está contada, más que con lápiz, con borrador" . En efecto, Alape narra a través de las voces de sus entrevistados, episodios claves en la historia viva del país y del continente: el humor que no fue capaz de matar a la muerte desde el corazón de Jaime Pardo Leal; el tenebroso Cóndor de Tuluá temblando como una jarcia al viento en la silla de un dentista; el escalofrío que corre por la espina dorsal de Saúl Fajardo, un pobre sujeto de Yacopí, Cundinamarca, soñador metido en la vacaloca de una condena de muerte; un coronel llamado Manuel Agudelo, sentenciado al anonimato a pesar de haber sido rector de la Universidad Nacional durante 18 días en rojísimas épocas (quien por derecho propio tendría que estar a la izquierda de Mockus, a cuya siniestra ha de ubicarse a Goyeneche). En fin...historias borradas por los académicos y por los reporteros, unos desde lo alto de sus pedestales, otros desde el vértigo de su ciega maratón cotidiana. Por eso, la anécdota, el intento periodistico desde la sangre hirviente de la imaginación, hacen que el rompecabezas de Alape funcione como acicate para que la memoria despierte y palpe los hechos con un tono distinto, mucho mejor en todo caso al impuesto por la prosopopeya de los historiadores y la liviandad de los reporteros.
Kadafi y Arafat a vuelo de pájaro romántico y sediento, apología imaginaria para La Pasionaria, presencia —esa sí viva y rotunda— de Cardoza y Aragón, Eliseo Diego, Antonio Cisneros, Juan Gelman, lo cual comprueba que la poesía está por encima de todo. Un largo diálogo-daguerrotipo con Fidel desde su memoria del 9 de abril. Y una contundente lección con Felipe González Todelo, ese sí reportero: "yo era demasiado honesto para ser periodista. El periodista sacrifica toda consideración a su éxito profesional".

La< esquina inmóvil

Al año siguiente

1992, flamante memoria de los 500 años, dio para todo: libros por centenares, películas, ensayos, viajes, polémicas, adjetivos, discursos, despilfarros. Pasada la fiesta, a barrer la basura y a ver qué quedó. Como siempre: nada. 1993 (¿sabía usted?) según la ONU es el Año Internacional de los Pueblos Indígenas, suceso que transcurre sin bombos ni alharacas, como era de suponerse. El correo de los buenos amigos trae, no obstante, gratas encomiendas: Abya-Yala, un libro de Miraguano Ediciones, de Madrid, obra de Pedro Ceinos, atípico español perteneciente a una organización denominada “Amigos de los indios”, cuya razón de ser parece estar acorde con su nombre. Al menos a esa conclusión llegamos luego de recorrer 600 historias de lo que han sido cinco siglos de relaciones “no precisamente pacíficas entre las poblaciones originarias americanas y la victoriosa civilización blanca”.
Para los indios Cuna -que habitan en Panamá, y que nos son, por ello, tan cercanos- Abya-Yala traduce “tierra en plena madurez”. Tras la lectura, no queda duda de que eso era nuestro continente antes del tan mentado encuentro.


La esquina inmóvil
Armando Romero, escritor colombiano radicado en Cincinnati (USA), donde ejerce desde hace una década la cátedra de literatura latinoamericana, ha lanzado en Venezuela su tercer libro de relatos: La esquina del movimiento, título que puede confundir a lectores que -guiados por su sentido rumbero- encuentren al correr de las páginas un universo que poco o nada tiene que ver con la guaracha, el mambo o el guaguancó, menos con Celia Cruz o Daniel Santos y mucho sí, en cambio, con la fiesta interior de alguien que escoge la narrativa para soltar los demonios de una imaginería desbordada, lúcida, singular.
Apenas 80 páginas bastan a Romero para crear un atmósfera de tinieblas y angustias, hábilmente tejidas con hilos de humor corrosivo, permanente, crítico. En medio de un lenguaje denso, lúdico, lugares y circunstancias cotidianas del hombre contemporáneo, transitan imágenes que van desde el realismo elemental hasta el más nebuloso abstraccionismo. Monjes cenobitas urden troneras en las paredes de sus monasterios con tal de copular con sus amantes, sin cuidarse de la presencia de “un Dios esponjoso repleto de misterio hasta los tuétanos”. Pequeños engendros que disfrutan la muerte de las moscas en hirvientes pilas de aceite, escaleras de mano que se convierten en elementos mágicos, espejos que recogen “lo que resta de la realidad del mundo”, son -entre muchas otras presencias- las claves y los símbolos de este libro que se acerca más a la ciencia ficción, al juego esotérico, al laberinto borgesiano, que al jolgorio tropical que sugiere su título. Parece, en cambio, la esquina inmóvil desde la cual un individuo atisba el absurdo del tiempo, el escurridizo concepto del espacio, los duendes y los endriagos que habitan el aire, las rendijas, lo invisible.
Armando Romero, quien 30 años después aún se proclama “orgullosamente nadaísta”, ha publicado ensayos, poemas y relatos en editoriales de Argentina, Estados Unidos, Venezuela y Colombia. De sus títulos más importantes: El demonio y su mano, La casa de los vespertilios, El poeta de vidrio, Los móviles del sueño.



Carmen Sexylia
Carmen Cecilia Suárez se despoja de su Vestido rojo para bailar boleros, se enfunda en su vestido blanco de ojalillo, “el de la buena suerte” y se aventura en la rumba de El séptimo ciclo, con el sello de Arango editores. Son siete relatos breves en los cuales perdura un poco el sexo, bullen la magia, la astrología, la elemental anécdota, al lado de renglones de diarios y noticas de viaje que campean orondas bajo epígrafes de Proust, Eliot, García Lorca, poetas esquimales y hasta la Maga Atlanta.
Eliseo, un personaje que escribe de la misma forma que hace el amor, envía un mensaje que parece guante para que a quien corresponda se lo chante: “No creía en los escritores desarraigados, sin identidad. En los ‘nuevos ricos del conocimiento’ que han aprendido de memoria una cultura extranjera y que hacen alarde de ella, poniendo a sus personajes a hablar mal en inglés, o en latín. Gente mezquina, sin profundidad, cuya arrogancia no es majestuosa, sino vacía, de oropel. Han perdido su voz y su verdad, volteando la espalda a su destino ya que el escritor es el señalado, como los videntes, para interpretar su propia cultura, al establecer contacto con el inconsciente colectivo y expresarlo por medio de la palabra” (18).

Arar en el desierto

Arar en el desierto
Hace un mes sorprendió a los lectores de novela y a los participantes en los Premios Nacionales de Literatura de Colcultura de 1993, el fallo que declaró desierto el galardón en esta modalidad. De acuerdo con el acta correspondiente, ninguna de las cien novelas enviadas tenía los méritos suficientes para el premio que, aparte de los doce millones de pesos destinados para tal fin, hace al ganador objeto de atención por parte del público amante de la literatura y de la crítica especializada, que cada día espera con mayor ansiedad la consolidación de la obra de alguno de los novelistas ya conocidos, o la aparición de alguien nuevo que conjure un poco esa especie de limbo en que (sólo en apariencia) parece estar sumida nuestra narrativa.
Sería absurdo, sin conocer las obras enviadas al certamen, discutir las razones del fallo con un jurado en el cual estuvieron dos de nuestros más consagrados escritores —Germán Espinosa y Fernando Cruz Kronfly— y un prestigioso invitado nicaragüense, el novelista sandinista Sergio Ramírez. Pero, resulta inevitable formular algunas preguntas elementales: ¿Es lícito declarar desierto un concurso en cuyas bases no se determina esa libertad para el jurado? ¿Será cierto que, como se afirma, no participaron “los escritores profesionales, porque ellos tienen otros mecanismos de salida”? ¿El buen nombre y la seriedad de los integrantes del jurado, no resultan garantía suficiente para que esos escritores profesionales decidan enviar sus obras? ¿Doce millones de pesos —a pesar de todo— no son atractivos para los profesionales de la literatura? ¿Los jurados abrieron los cien sobres que contenían los datos de identidad de los participantes, o a puro olfato detectaron la ausencia de los autores profesionales?
Es grave, en todo caso, que el más importante premio literario que se convoca en el país, el único que en mucho tiempo parece cimentarse como permanente y serio, no llame la atención de los narradores colombianos. O, mucho más preocupante, que la totalidad de participantes en una convocatoria nacional responda a la precariedad, la falta de cultura, la ignorancia de la tradición literaria, en fin, el facilismo y la mediocridad que denuncian por lo menos dos de los jurados: los colombianos.
¿No valdría la pena una polémica?, ¿no sería justo que hablaran los descalificados?, ¿o queda definitivamente en el nivel de aficionados nuestro Premio Nacional de Literatura?
Opera primera
Más apto para sociólogos o sicoanalistas, que para lectores o críticos, es lo que sucede con nuestros jóvenes narradores en el exterior: dos óperas primas, de escritores no profesionales si tenemos en cuenta que derivan su sustento del periodismo y la cátedra, resultan finalistas en el Premio Rómulo Gallegos, uno de los más prestigiosos en la literatura latinoamericana: El rumor del astracán, de Azriel Bibliowicz, y Opio en las nubes, de Rafael Chaparro Madiedo, ganador el año anterior del premio de Colcultura. Esas novelas no pasaron, entre nosotros, de la reseña, el elogio o la destrucción desmesurada de los pontífices de coctel, expertos en el chascarrillo y el ditirambo, pero que a la hora de la verdad, no leen. En Venezuela, en cambio, fueron seleccionadas entre una gran cantidad de novelas postuladas desde todos los países de Hispanoamérica. Uno de los jurados, Fernando Alegría, hizo elogio de ellas y lamentó que sólo fuese posible la adjudicación de un premio.
Hace un par de semanas, en Santiago de Chile, Germán Santamaría fue galardonado con el primer premio en el Concurso Iberoamericano de Primeras Novelas Santiago del Nuevo Extremo, por su obra No morirás, escogida entre setenta libros que también llegaron de todos los países en los cuales se habla y escribe en español. Antonio Skármeta, de Chile; Nélida Piñón, de Brasil, y Eduardo Gudiño, de Argentina, galardonaron por unanimidad la obra de Santamaría y le dieron calificativos de “prosa precisa, con imágenes muy elocuentes y tono narrativo muy contemporáneo”, “expresión de una nueva generación de escritores” y otros por el estilo, virtualmente antagónicos con los juicios que aquí se formularon al mismo libro.
¿Qué pasa ? ¿Por qué la narrativa que aquí se mira con desdén o indiferencia, cautiva en otras latitudes? Bien sabemos, además, que no todos nuestros vecinos latinoamericanos, ni mucho menos los españoles, están peor que nosotros. ¿Entonces, por qué ganamos como visitantes y perdemos como locales?
En otras palabras: si es usted escritor colombiano, no intente ser profeta en su tierra.

sábado, septiembre 09, 2006

Pobre tiempo

Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
Fundado en 1990 – Viernes 31 de diciembre de 2004
Pobre tiempo

Por Ignacio Ramírez
Director de Cronopios
Hay un momento de la vida en el que el tiempo se transforma en soledad. La soledad es una vieja ciega bastoneando recuerdos, buscando una rendija hacia la luz. En los años viejos camino hacia años nuevos, el tiempo es un escalofrío que corre emocionado y loco por la columna vertebral del aire. Sin cuerpo alguno el tiempo gira como un trompo de sombra entre la nada. Nadie sabe que al tiempo no le queda tiempo y sin embargo tiene todo el tiempo. La soledad abre los ojos al pasado y se encuentra con lo que fue existir y arma el alboroto propio de los entes a quienes solo queda volver la vista atrás: la infancia montada en un caballo desbocado, el río donde el barco de papel se va azuzado por la rosa de los vientos, el penetrante olor a pomarrosas, la sonrisa, las palabras nacientes, los objetos, el efluvio, los ojos, el espejo. Y el tiempo rozagante y apetecible como fruta del árbol prohibido. Luego el ardor, la piel, el otro, los deseos, el colibrí en la fiesta de escorpiones, la plenitud, el éxtasis, la entrega. La vida una ventana abierta al paisaje de Alicia más allá del espejo. La realidad y la surrealidad. Sur realidad. El tiempo, una rayuela de cronopios: arriba el cielo grande y curvo y apenas una franja mentirosa para el posible infierno. Y la piedra arrastrada por el cojo. La piedra que recorre la golosa. Un erizado gato con pelambre de tiempo. La gloria. Todo lúdica. Y una mano en el hombro nos hace dar la vuelta para encontrar el fuego. Entonces hierve el arrebato del amor, que es una ráfaga disfrazada de tiempo. Y se vive el amor como si fuera el sorbo de la perpetua juventud mientras el tiempo hace lo suyo: lupino, astuto, subrepticio, se esconde en los rincones carcajeándose y por su gracia y su desgracia los amantes desaman y quedan tan vacíos como un reloj sin manecillas, una sombra sin cuerpo. El amor se repite y se repite y muere por intermitente y porque el tiempo es un camino inevitable hacia la espera. Remolino que arrasa calendarios y acaba con la carne y con los huesos y devora los seres y las cosas fatídico ashaverus de hambre eterna. Y los que creen creen que después del tiempo habrá más tiempo. Y quienes no, suponen que el tiempo se queda de este lado en su destino de judío errante, pero que tras la muerte debe cesar su gula, y en eso consiste la esperanza. Y entre tanto, el misterio de la vida que pasamos contando de año en año según las convenciones del pavor: hoy, por ejemplo, 31 de diciembre 2004, primer día de enero 2005. Igual si fuese ayer, hoy o mañana, igual con o sin números: el tiempo es una máquina que solo puede producir más tiempo. Arriba, en las estrellas, y más arriba, en las estrellas que se miran desde las estrellas, y más allá del infinito que de día son nubes y de noche titilantes luces, el tiempo se escabulle como los sueños y se va a soñar de tiempo en tiempo. Del útero al sepulcro hay un camino hecho de tiempo. Todo lo hecho y todo lo no hecho, todo lo hecho y todo lo deshecho irremediablemente irán al abismo del tiempo y cuando ya haya transcurrido tanto tiempo que las generaciones que vivimos ya no tengan tiempo para entender la broma inevitable y sempiterna, serán presas del tiempo: hay un momento de la vida en que el tiempo se convierte en soledad y ya sabemos que la soledad sin tiempo es una dama íngrima, una isla negra rodeada de silencio. Triste eternidad del tiempo.
Si quiere enviar mensajes a los autores de nuestros artículos, escriba a buzon@cable.net.co Se los haremos llegar.

Antonio de la Atlántica

Literalúdica
Por Ignacio Ramírez

Antonio de la Atlántica
Desde 1992, cuando fue lanzada con la idea de unir a los pueblos mediante la poesía, la Revista Atlántica, de España, una de las más bellas y prestigiosas en su género, ha cumplido rigurosamente con tal precepto, gracias al cual nos hemos percatado de la existencia de hombres y mujeres que en el mundo entero, con todas las diferencias y distancias que plantea una sociedad tan compleja y díscola como la que nos tocó protagonizar, coinciden en el ejercicio de la poesía como único espacio habitable del planeta; sola y loca pero válida y excepcional alternativa para terciar en la guerra inherente a la muerte que vivimos.
Voces como las de Roberto Juarroz, Aurora de Albornoz, Al-Arabí, Consuelo Hernández, María Negroni, Enrique Badosa, Lina De Feria, Charles Simic, Javier Lostalé, Cristóbal Serra, Alberto Blanco, Al-Kahouaji, Edgar O’Hara y por lo menos otro centenar de poetas de los cinco continentes, nos han llegado y se han quedado entre nosotros por obra y gracia de ea publicación ( "faro marítimo y cultural para el transporte de las ideas entre los continentes", según afirmación de su director José Manuel Ripoll, quien comparte tal honor y responsabilidad con Jesús Fernández Palacios, otro iluminado gaditano). Los colombianos Juan Gustavo Cobo-Borda, Juan Manuel Roca, Álvaro Mutis, Aurelio Arturo, Ricardo Cano Gaviria, José Asunción Silva, Consuelo Triviño, Raúl Gómez Jattín y Piedad Bonnett, habían sido ya embarcados en tripulaciones anteriores de esta nave de papel, que llega a todos los puertos de lectores ávidos de conocer lo nuevo, lo diferente y lo distante, para encontrar lo semejante que confluye en la poesía.
Ahora, en un llamativo número rojo que encabeza el exótico poeta turco Afsar Timuçin (“el día se ha ido una vez, se ha esfumado/ sin que uno pueda resignarse a lo sucedido”) y que contiene además la palabra de los españoles Jesús Hilario Tundidor, Ernesto Suárez y Tomás Sánchez Santiago, lo mismo que documentos sobre cinco poetas de la neovanguardia italiana, la Revista Atlántica —que ha sido siempre océano— se convierte en río Amazonas y dedica diez páginas de su hermosa edición a la obra de nuestro compatriota Antonio Correa Losada, poeta que ha ido ganando un destacado lugar en el afecto y la admiración de los lectores del mundo, gracias a una virtud silenciosa pero eficaz: labra cada palabra y cada tono hasta lograr la atmósfera precisa para la imagen que sueña o reproduce (“Vengo de las deshabitadas/esquinas de la casa//El beso oculto del amor/ en la puerta cerrada por la sombra//El brazo roto del hermano/ justifica la fuerza de mi padre//El terror del que ha sido aterrorizado//La lengua en largas estadías/humedece un jarrón roto/en el duro sillón del invitado//El sonido desnudo del agua que me arrastra”. Visión del ahogado, como botón de muestra).
Antonio, habitante de Ecuador y México, pasajero de España, vivió recientemente una gran experiencia por todo el Amazonas (río y selva), que recorrió integrándose: indígenas, colonos, políticos, aventureros, canoas, árboles, animales, agua y cielo, tormenta y paz para su palabra, que se convirtió en Desolación de la Lluvia , donde hizo patentes, entre muchas otras alucinaciones, que “En la cárcel del agua/ una estrecha oquedad/ lleva con parsimonia/las vigas de mi cuerpo//No sé si muero o vuelo/ sobre oscuras maderas” (Canoa). Muere y vuela, con seguridad, en una cruz: la poesía.

Antología de cuentos machos

Literalúdica
Por Ignacio Ramírez


Cuentos de machos


Al lado de la inolvidable señora de bien, cuya bella fotografía dio tan refrescante aire a la anterior Literalúdica, 22 señores cuentistas —casi todos conocidos pero sólo algunos reconocidos— integran la antología Nuevo cuento colombiano 1975-1995, seleccionada y prologada por Luz Mary Giraldo, de quien ya contamos cómo ahora se encuentra en la complicadísima labor de hacer lo mismo pero con los cuentos de su congéneres.
En esa tarea la dejamos tranquila y vamos al grano, o sea a los hombres de palabra destacados por ella en su análisis de las dos últimas décadas del cuento en la literatura colombiana, desde El castillo invisible, de Darío Ruiz Gómez, impecable, imaginativo, actual (por igual retumban New Kids On The Block y Juan Gabriel), hasta Molokai, de Mario Mendoza, quien no duda en nutrir su historia a partir de un inédito y fantástico manuscrito casi sesquicentenario, para urdir una audaz metáfora que puede ser dedo en la llaga de la leprosa narrativa finisecular, si nadie nos quita a los lectores lúdicos el sagrado derecho al delirio y la especulación.
Entre el castillo de Darío (antioqueño de 1936) y el aislado leprocomio de Mario (bogotano de 1964), no sólo hay tres décadas de diferencia generacional sino la prueba de cómo ni las temáticas, ni los lenguajes, ni las épocas, ni la crítica, determinan vigencia o caducidad de un cuento: la historia y la palabra, juntas, bien escritas, bien armadas y bien contadas, son lo que a la hora de la verdad nos seduce a los descifradores de signos, que jugamos a ser protagonistas o espectadores de cuanto pasa en los textos.
Y entre ellos, empapelados, otros 20 literatos, cada uno con su cuento al hombro. Y los nombro a todos, aunque resulte muy larga la lista, porque no hacerlo sería tanto como ejercer el detestable canibalismo tan trillado y tan vituperado en este rincón del (el) tiempo. Aquí están, ellos son: Rodrigo Parra Sandoval, Nicolás Suescún, Arturo Alape, Germán Espinosa, Óscar Collazos, Fernando Cruz Kronfly, Francisco Sánchez, Luis Fayad, R.H. Moreno-Durán, Jaime Echeverri, Roberto Burgos Cantor, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Óscar Castro, Julio Olaciregui, Eduardo García Aguilar, Julio Paredes, Evelio José Rosero, Philip Potdevin, Pedro Badrán y Hugo Chaparro Valderrama.
A mí, de todos, el que me parece un señor cuentista con todas las de la ley, es Julio Paredes, quien tiene la virtud de narrar con tanta naturalidad y frescura, sin rebuscar nada, pero sin que falte nada, que al final uno tiene la sensación de que esas historias tan comunes y corrientes, tan cotidianas, tan aparentemente intrascendentes, no se leyeron sino que se vivieron. Ahora, eso no quiere decir que los otros 21 y la otra veintiúnica no sean, casi todos, merecedores de estar en esta antología del Fondo de Cultura Económica de México. No, por ningún motivo; por ejemplo: ¡Cómo no van a ser de antología... Collazos y Erre Ache y Germán Espinosa! Y, ¿Cómo no comerles cuento a Potdevin y a Sánchez y a Aguilera? Lo que sucede, mis queridos y literalúdicos camaradas, es que después de tanto cuento, los lectores ya sabemos porque somos tan contados.

Ángeles del cielo

Angeles del cielo, criaturas de la tierra
Una buena experiencia para el alma literaria de los lectores de Metatrón, la novela de Philip Potdevin, ganadora del Premio Nacional de Colcultura 1994/1995, sería la de visitar antes y después del viaje por las 350 páginas, la acogedora capillita de Sopó, en las afueras de Bogotá, donde viven los enigmáticos arcángeles coprotagonistas de esta historia. Quien lo haga ha de encontrar, con seguridad, que los alados seres —famosos ya porque estuvieron abandonados hasta cuando el milagro de la restauración los devolvió a este mundo material— asumen una vida nueva, quizás mucho más vigorosa e inquietante, porque viene del soplo mágico de la literatura. Como en La Rosa púrpura del Cairo, la película de Woody Allen, es muy posible que los arcángeles salgan de sus moradas de lienzo y se patenticen ante aquellos lectores que los hayan convertido en amigos, porque Metatrón, aparte de novela, puede ser un grato juego para el fin de siglo, que curiosamente trae invasiones de ángeles en el cine, la pintura, la literatura, el teatro, la poesía y naturalmente el sueño.
Pero no es cierto (para que de una vez por todas hagamos claridad sobre el asunto) que Metatrón sea simplemente "la historia de los arcángeles de Sopó", como curiosamente la han encasillado quienes la promueven. ¡No! Aquí, al lado de los ángeles del cielo, están también las criaturas de la tierra, y es en la afortunada simbiosis que se ha dado por obra y gracia de la palabra, donde reside el equilibrio narrativo, que lleva al lector por un camino de aventura, a la vez que lo pasea por el territorio de la fantasía. Por eso, también vale la pena, a medida que se avanza en este viaje que a veces tiene los pies sobre la tierra y otras recorre cuanto aire permite un par de alas, volver constantemente a los epígrafes de Góngora, de Rilke, de Ovidio, de Lao Tse, de Mateo Alemán, de Hermes Trimegisto, de Cat Stevens, de Mircea Elíade y de muchísimos otros compañeros de periplo que nos recuerdan y comprueban que (como en el Talmud) "En verdad hay dos poderes divinos en el cielo".
Puras criaturas de la tierra son Sabina y Franz Bordelli, los primeros protagonistas, a quienes animan y unen las creaciones humanas que permiten al espíritu elevarse al estado de los ángeles: la música, la pintura, el pensamiento, la búsqueda de Metatrón, "el verdadero Rey, el que reina y manda a todos los príncipes y domina sobre todas las cosas y en cuya mano está la fortaleza, el poder, la grandeza y el imperio supremo y por eso se le llama el Príncipe de la Faz Divina". Lilián Satia es un elemento para el triángulo, quien a pesar de estar presente todo el tiempo, no alcanza la densidad ni la luz de la dulce mujer que se llevara en su último viaje "las notas de la sonata póstuma de Schubert y los versos del más bello poema de Salomón". El profesor Xavier Cabot y Marie Carmen forman la línea paralela que permite diferenciar muy bien a estos seres de carne y hueso, de aquellos que, colgados en las paredes de la capilla y colmados de elementos mágicos y andróginos, hacen posible que se recuerde a los pobres mortales que están condenados al mito para poder sobrevivir, porque "Angeles y hombres se aman, se necesitan mutuamente, sin embargo son distintos: el hombre siempre se podrá arrepentir, así sea en el último minuto, allí está su salvación; el ángel, en cambio, no tiene perdón, los caídos no tienen una segunda oportunidad, así lo quisieran".
Metatrón es una buena ópera prima de un escritor que tiene muchas cosas a su favor: Philip Potdevin (Cali, 1958) es muy joven y en el notable proceso de su carrera literaria, ha ganado prestigio en corto tiempo, sin pertenecer (¡Qué afortunado!) a esa parte deplorable del universo de las letras que tanto se amalgama con la farándula y el canibalismo. En su libro de cuentos —Magister Ludi—, integrado por textos ganadores de concursos del género, lo mismo que en el de Poemas —Cantos de Saxo—, ha demostrado que no llega a la publicación por el afán de figurar, tan nocivo y usual entre nosotros, sino cuando el texto ha sido sometido a filtros y procesos que lo lleven a convertirse en elemento gratificante para el lector. Su estilo es claro y limpio, tradicional y clásico, si se quiere, y eso es también muy importante en un momento de la historia en que a muchos escritores les parece terrible asumir el manejo de la palabra sin someterla a malabares o subterfugios. Y, lo mejor: Philip apenas comienza.

Amigotes de papel

Amigotes de papel
Es tiempo de cosecha en el país de los libros. Da gusto recibirlos y regodearse con semejantes amigotes de papel. Hay de todo, para todos los gustos y disgustos, y vienen de todos los puntos cardinales.
Los autores huilenses, por ejemplo, andan en avalancha: Aniquirona es un primer singular poemario de Winston Morales, donde encontramos dos elementos vitales que no todo autor logra cuando intenta fundar un libro: atmósfera y cadencia (“En el bosque de los bambúes/ más allá de los arrozales del hombre/ donde se alza una lengua sabia y nueva/ está Schuaima”). Winston, además, con Jáder Rivera y Esmir Garcés, presenta La lluvia y el ángel: tres formas paralelas de llover y volar con la palabra: Jáder, sencillo, terrígeno (“los hondos abismos que el viento y el polvo vadean cantando”); Esmir, telúrico (“Árboles que cargan un cielo ocre/ ojos de metal que raya la mañana/ nubes que fingen una temprana lluvia”). Winston, otra vez, onírico (“Siempre llueve/ y uno sumerge la cabeza contra el viento”).
Pero hay mucho más por los lados del señor de la tierra de promisión: La plenitud de la nada y Tentativas de sacralidad, de Jorge Elías Guebelly. El primero, textos innominados, relámpagos de aquellos que iluminan la vida del autor y de paso sorprenden al lector, que entra en la propuesta complicidad entre la palabra, la imagen y el sueño. El segundo, exhaustiva ronda personal y humanística del poema de José Eustasio Rivera.
Los anteriores, son libros de Trilce Editores, el sello que sostiene Guillermo Martínez González, el poeta que escribe diarios en la noche y le declara su amor a las ventanas. Los autores, además, son artífices y habitantes permanentes de la revista Índice de literatura, una grata señal de identidad del universo opita. Y otra más, con su propio nombre editorial: Edgar Sandino, lanza Las palabras del amor , rescate de sus textos poéticos guardados a través de la vida (“No son sólo las palabras esbozando pensamientos”). Y más: El pregonero de la soledad, donde Amadeo González no sólo suelta el hilo de la cometa de sus sueños, sino que proclama a los cuatro vientos (él, señor de Cuatro tablas ), que quiere que lo dejen solo, para morirse de silencios.
Edgar Bastidas Urresty, prestigioso autor y catedrático nariñense, presenta en ediciones Testimonio, Dos visiones sobre Bolívar, que implica la recuperación de la polémica que entre 1925 y 1928, en Pasto, sostuvieron José Rafael Sañudo, autor de Estudios sobre la vida de Bolívar, y Sergio Elías Ortiz, quien motivado por la irreverencia del polémico texto, planteó un auténtico y apasionado reto intelectual e histórico que, revelado hoy por Bastidas Urresty, resulta atractivo y exótico, precisamente porque el tiempo —sólo, sin propósitos ni siquiera remotos de sus protagonistas—, va convirtiendo en literatura aquello que algún día fue combustible para la vida emocional de los pueblos.
Y un broche de oro: Heterodoxias, un bello trabajo lúdico-poético-filosófico del ludiquísimo poeta y filosofo Julián Serna Arango, quien se vale de diáfanos relatos-aforismos para contarnos, por ejemplo, que “Cuando el balón atravesó la línea de gol la mitad del estadio estalló de júbilo y la otra mitad palideció en el acto...Después dicen que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”. Así sea.

Él, el Supremo

Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
Fundado en 1990 – Martes 26 de abril de 2005
Director: ignacioramirez@cable.net.co
Él, el Supremo

Augusto Roa Bastos

Por Ignacio Ramírez

Supremo él, claro que sí. Por humano derecho, por mérito en el uso de la palabra, porque aunque su patria fue el exilio durante más de la mitad de su vida, no tuvo miedo jamás de hundir el dedo en la llaga de los sátrapas; porque tampoco le temblaron ni la voz ni el pulso para denunciar los abusos de poder y enfrentar a los tiranos de la historia o del presente. Supremo él, tal como define a esa palabra el diccionario: “Sumo, Altísimo, que no tiene superior en su línea” y eso –en todo el Paraguay y en buena parte del panorama literario latinoamericano— fue Augusto Roa Bastos, quien murió hoy en Asunción, poco antes de cumplir 88 años de edad, mucho después de haberse sostenido como uno de los escritores de la lengua española que con mayor vigor enarbolaron la palabra como defensa de la razón frente a la fuerza.

Yo, el Supremo, su obra de identidad, que conmovió y caló en América como valiente denuncia contra el oprobio de las dictaduras, recrea la historia de Paraguay desde la independencia (1811) hasta la muerte del Dictador Perpetuo (Gaspar Rodríguez de Francia, el Doctor el mínimo Supremo) en 1840. Irónicamente, el mismo año de la muerte de Stroessner le fue concedido el Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras hispanas.
Ahora que el mundo entero conmemora con admiración y vehemencia los cuatro siglos de la publicación de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, la muerte de Roa Bastos revive su permanente proclama de haber –él— plagiado la obra Cervantina: “He plagiado El Quijote en “Yo, el Supremo”, solía repetir. “El Quijote no entró en Paraguay durante la época de la colonia y mi país debió haber sido invadido por ese libro.”

Hombre reservado, siempre enfrentado a los poderosos y el más representativo del grupo literario conocido en su país de origen como «Generación del Chaco», Augusto Roa Bastos fue uno de los autores más brillantes de las letras hispanas pero también sufrió en sus propias carnes la persecución y pasó casi la mitad de su vida huyendo: vivió un exilio de casi 50 años, gran parte del mismo durante el régimen militar de Stroessner (1954-1989).

Escritor público en columnas y artículos de prensa que se reproducían en Europa y América, Roa Bastos realizó estudios de Derecho y Economía en Asunción. En 1944, en plena II Guerra Mundial, se trasladó a Londres como corresponsal del rotativo paraguayo «El País», trabajo que utilizó en su libro de entrevistas y comentarios «La Inglaterra que yo viví» (1946).

A la vuelta, decepcionado por la situación sociopolítica en Paraguay, tras la asonada de Natalicio González, quien dictó orden de búsqueda y captura contra Roa por su trabajo en el mencionado diario, el escritor decidió exiliarse en 1947, y sólo regresó a su tierra de modo esporádico en 1966 y 1982. El escritor vivió después en Francia y España, y ambas nacionalidades le fueron concedidas en 1985 y 1983.

Además de la novela, Roa Bastos cultivó otros géneros. Llevan su firma la obra de teatro «Mientras llegue el día» (1946) y el poemario «El naranjal ardiente» (1960). Como guionista cinematográfico recibió los Premios al Mejor Guión de Cine Argentino por «Shunko» (1960), el Giove Capitolino D’Argento del Certamen Internacional de Cine Americano de Roma (1961) y al Mejor Guión de Santa Margarita de Italia por «Alias Gardelito» (1961).

A pesar de la edad y su debilitada salud, nunca abandonó su tarea literaria.

Él, el Supremo.

Peregrinos y otros cuentos

Literalúdica
Por Nacho Lowry

Los peregrinos

Como siempre que Gabriel García Márquez lanza un libro (desde antes del Nobel, inclusive) la crítica literaria internacional despierta y grita. Es habitual que la obra de alguien tan popular como polémico suscite por igual odios y amores.
Para muestra, dos botones encontrados a menos de un mes de estar en circulación "Doce cuentos peregrinos".
"Una prueba más de porqué García Márquez es el más importante escritor de la lengua española al lado de Miguel de Cervantes" (El Nacional, de Caracas).
"Un libro que no pone ni quita al Nobel colombiano. Todos los relatos eran ya bastante conocidos y no se puede dejar de pensar en el simple oportunismo comercial" (El Universal, de Quito).
- De la palabra "peregrino", el diccionario dice: "Adornado de singular hermosura, perfección o excelencia". Otra acepción: "que está en ésta vida mortal y pasa a la eterna".



Mujeres por mujeres

María Mercedes Jaramillo, Angela Inés Robledo y Flor María Rodríguez-Arenas son las autoras de un grueso libro de ensayos sobre literatura colombiana desde el cual abordan el análisis del papel que ha desempeñado la mujer en toda la historia de nuestro país, pero especialmente de la forma como ese protagonismo se ha convertido en literatura, pues de un lado está su presencia en los momentos críticos de los grandes períodos de la memoria nacional y de otro la seriedad y persistencia con que las escritoras han asumido el compromiso de testimoniarlos.
"¿Y las mujeres?" (tal el título del libro), presenta ensayos críticos que abarcan desde antes de la independencia y llegan hasta el estudio de autoras contemporáneas de la importancia de Alba Lucía Angel o Fanny Buitrago.
Aunque las tres ensayistas son actualmente catedráticas en norteamerica, la edición es de la Universidad de Antioquia.
- En la nota preliminar nos recuerdan que "Dios es negra".


Cucómanos del Guamo

El Guamo, Tolima, su tierra natal, rindió homenaje a Héctor Sánchez, escritor que ha sido publicado por importantes editoriales españolas, mexicanas y de otros países americanos.
Con discursos, diplomas, medallas y todo tipo de muestras de admiración, los paisanos de Sánchez agradecieron "su fidelidad a la provincia" y recordaron a los críticos cómo una de las más grandes obras de la literatura universal se escenifica en un lugar tan remoto y anónimo de cuyo nombre Cervantes ni siquiera quiso acordarse.
Lectores del homenajeado, conocedores del corrosivo humor crítico que destilan las páginas de sus libros evocaron "El Museo de las bragas", que aparece en su novela "Entre ruinas" y cuya razón de ser es la más completa colección de sensuales pantaloncitos de féminas famosas.
- Alguien propuso levantar en el Guamo "El museo de los cucos" y advirtió que ya se reciben donaciones.


Chismeratura

-"Amigos del alma" y "El Enano y el trébol" dos novelas del escritor colombiano Miguel De Francisco, radicado en Europa, serán vertidas al francés y publicadas próximamente por editoriales francesas. Lo curioso es que De Francisco no ha encontrado aún editores para sus originales, en español.
-Con las obras "Dos veces la noche" y "Así es la vida amor mío", el autor huilense Benhur Sánchez Suárez resultó finalista en los concursos de novela Ciudad de Irún, de España, Cámara de comercio de Medellín y Bienal de Novela José Eustasio Rivera, de Neiva (Este último ganado por Juan Carlos Rubiano, colombiano residente en Quito).
-Circulan en Europa dos recientes antologías de cuentistas colombianos traducidos al francés: "Colombie a Choeur Ouvert" (Colombia a coro abierto) y "Antologhie de la nouvelle Latino Americaine", libros que incluyen a más de veinte escritores especialmente destacados en el dominio del cuento y entre quienes se incluye a José Luis Garcés González, Evelio Rosero, Oscar Collazos, Rodrigo Parra Sandoval, Arturo Alape, Sonia Truque, Jorge Eliécer Pardo, Carlos orlando Pardo, Milcíades Arévalo.
- Pista para editores: hay en Barranquilla una divertidísima novela inédita:"Historia clínica de la bacanería". Préstenle atención.

Filosofisma

- En pelea de poetas ¡Ay de aquel que lance la primera metáfora!

Samuel Ceballos

Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
Fundado en 1990 – Domingo 20 de marzo de 2005
Director: ignacioramirez@cable.net.co
Samuel de las islas







Samuel Ceballos

Por Ignacio Ramírez
Director de Cronopios

Samuel Ceballos, el poeta, pintor, bucanero de estampa, soñador, motociclista, sillaruedero barbiblanco, quizá antioqueño, fauno de mar acaso, padre de Mercurio y marido perpetuo de Fanny Salazar —ingenuista pintora colorista y niña sempiterna— ha muerto.
La noticia me la acaban de enviar los nadaístas (el nadaísmo es Jotamario, ya se sabe) por el correo electrónico: “En el hospital Cardio infantil de Bogotá dejó de existir hoy el pintor Samuel Ceballos, el nadaísta de la isla de San Andrés, lugar adonde llegó con su esposa la pintora Fanny, hace casi 40 años, y donde engendraron a su hijo Mercurio. Samuel fue un profeta de los sentidos, y en las islas encontró la plenitud para su trabajo plástico y el escenario propio para desplegar su esplendor vital. Un tatuaje en su antebrazo revelaba su pasado de marinero. Sus restos mortales volaron de regreso a la isla, donde reposarán en el cementerio de San Luis, en Sound Bay.”
Tan escueto despacho es todo lo que sus seguramente apurados compañeros de nada afirman de este hombre que tuvo siempre apariencia de leyenda y de quien yo sé poco aunque recuerdo mucho, tanto, que aunque detesto la nostalgia amarillenta siento ahora al enterarme de su partida, que ha vuelto al mar un caracol donde puse mi oído muchas veces para escuchar el viento, que venía de lejos y que se fue más lejos aún, ahora que la vida lo pilló fuera de lugar, en citadino cuarto de hospital, y la hora suprema lo devolvió en avión para que se enarene con los sonidos de la bahía en el dormidero de las eternidades de San Luis.
De Samuel siempre me impresionó la estampa marinera. Muy joven, cuando se daba ínfulas de conquistador filibustero con su rubia mujer andando para acá y para allá en el archipiélago —cuando era paraíso—, apenas lo observaba y lo envidiaba porque decían que era poeta y porque ya la barba larguísima agitada y acolorada a lo vikingo por la brisa, lo hacía parecer a Erick el rojo, a Simbad el marino, a personaje de la Isla del Tesoro, o al argonauta Nadie amarrado a un mástil, con sus oídos taponados para que el canto de las sirenas no lo incitara a zambullirse en océanos deslumbrantes, cuyos siete mares navegó a veces con calma y en otras con premura, buscándose a sí mismo.
Todas la veces que vi a Samuel Ceballos, me lo presentaron por primera vez. Vivimos episodios inolvidables para mí, que él jamás recordó. Era tan lúcido que no me reconoció jamás y hasta hace un poco más de un año cuando Elmo Valencia nos presentó por última vez en la Feria del libro, se apretaba las sienes cuando caía en cuenta que en realidad habíamos compartido instantes memorables para mí, insignificantes para él. Con razón: la vida en San Andrés es alucinación sin límites. ¡Para qué recordar la fantasía si ella renace de sí misma sin detenerse nunca!
Una vez que en una bicicleta marina me perdí y casi llego a Nicaragua con algunos enguayabados compañeros de televisión, un barco grande nos rescató y dio la voz de alerta, de tal manera que cuando arribamos de nuevo a San Andrés nos esperaban ambulancias y camillas porque volvimos delirantes e insolados y con la piel abrasada por el sol.
Samuel, con quien la noche anterior había estado cantando y leyendo poemas en la playa, llegó con un inmenso brujo negro a rescatarme porque yo le había hablado de mi aversión por los hospitales, que aún me habita y salva.
Me llevaron a un viejo rancho de madera y mientras Samuel bebía ron crudo como un pirata nórdico, el negro (que era Pepa, el más famoso brujo de todo el mar Caribe) me cubrió el cuerpo con hojas de plantas cuyos nombres nunca supe, me embadurnó de ungüentos, me rezó jaculatorias papiamentosas y papiamentales y en un par de horas me devolvió la vida y la energía, mientras a mis coequiperos de cicla marinera los trasladaban en avión directo al Hospital Militar de Bogotá, ardidos en fiebre y con la piel de hormiga.
Supe esa noche por boca del brujo y del vikingo criollo de la existencia de cosas y seres misteriosos que habitan lo invisible de las islas, como el mitológico “Rolling Calf”, a quien describían como un animal diabólico con aspecto de vaca de ojos chispeantes que se moviliza siempre rodando, envuelto en llamas y exhalando fuerte olor a azufre. “Duppy” era otro, sinónimo de Ghost, palabra inglesa con que se identifica al espíritu de los muertos, al cual los supersticiosos temen y creen que aparece de noche o se manifiesta en lugares solitarios o en los sueños.
Samuel me confesó (supongo que para el olvido) que le tenía mucho miedo y que preferiría deshabitar la isla antes que verlo persiguiéndolo. ¡Quién iba a creer que los endriagos de las islas también se cuelan por las rendijas de los hospitales en los pueblos sin mar! Samuel, ahora sí: nunca me olvides.
Cronopios es una casa de puertas abiertas,
Donde la cultura sí es noticia.
Si le gusta Cronopios, pase la voz,
Porque la palabra debe ser libre y solidaria.

La palabra

Literalúdica
Por Ignacio Ramírez
prensacronopios@hotmail.com

El Milán-gro

Todos los escritores, poetas, filósofos, sociólogos, políticos, catedráticos y en general los colombianos que tengan a la palabra como materia prima de su trabajo y de sus sueños, de su vigilia y de sus esperanzas, están invitados a participar en el Encuentro Colombiano de Hombres y Mujeres de Palabra, que tendrá lugar el domingo 8 y el lunes 9 de octubre, dentro del Primer Festival Cultural Colombiano que se hará en Milán, Italia, con la idea de comprobar que la mayoría de los colombianos somos gente de paz, que estamos en la obligación de unirnos para derrotar a la violencia.
El acontecimiento, sin antecedentes en la historia creativa del país, si tenemos en cuenta que el gobierno le negó cualquier apoyo a través de su vocero en el Ministerio de Relaciones Exteriores y del silencio de su Ministerio de Cultura, se hace con el exclusivo capital de la buena voluntad de sus artistas e intelectuales, especialmente de aquellos que aún con sobrados méritos, jamás se tienen en cuenta para representar al país porque no forman parte de la rosca de la cultura oficial. Lo curioso es que, aún así, quienes convocan a la trascendental cita internacional insisten en la urgencia de dar ejemplo de convivencia pacífica mediante el ejercicio del respeto por la diversidad ideológica y las diferencias culturales.
Habrá de todo: salón de pintores, conciertos musicales, muestras de cine y video, danza, teatro, conferencias, etc. Y como los medios de comunicación italiana ya han comenzado a divulgar la noticia, el Centro Leoncavallo de Milán ha invitado a los artistas colombianos a sumarse a su tradicional celebración del 12 de octubre, cuyo prestigio radica en constituir un gran espacio universal para la coincidencia armónica de representaciones de la mayoría de países de la tierra.
Al Salón de pintores colombianos, que se hará en homenaje a Tiberio Vanegas, un gran artista desaparecido en el siempre lamentado accidente de Barajas, en Madrid, en 1983, y sepultado por el silencio y la indiferencia del establecimiento, se ha invitado especialmente a Fabio Rodríguez, pintor, escritor, catedrático colombiano, residente desde hace muchos años en Milán, prestigioso en Europa y sospechosamente desconocido en su nativa aldea. Concurrirán, además, artistas de prestigio internacional, como Filomeno Hernández, Mario Volpe, Martha Zamora, Jorge Alberto Calero, Jaime Delagracia, Luis Fernando Luna, Olga Sofía Castellanos, Fernando Maldonado, Sergio Andrade y otros importantes pintores que irán desde México, Estados Unidos y diversos países europeos.
El Encuentro de Hombres y Mujeres de Palabra será instalado por Armando Romero, catedrático en los Estados Unidos y autor de novelas, libros de cuentos y ensayos que, a pesar de haber sido publicados, difundidos y admirados en Colombia y en otros países de América, también han corrido con la suerte en contravía de nuestra tropical indiferencia. Son muchísimos los autores y autoras inscritos en la lista de potenciales viajeros a Milán: Eduardo Márceles y otros notables escritores y escritoras residentes en Norteamérica; Mario Rey, organizador de las semanas culturales colombianas en México; Jotamario, el activo, irreverente y cálido poeta nadaísta; Jorge Guaneme, desde Alemania; los Bacanes de Barranquilla, encabezados por Haroldo Martínez y Hugo González; una importante delegación opita con Winston Morales, Jader Rivera, Gerardo Meneses y Amadeo González. Todos escritores y escritoras dignos de representar a Colombia en cualquier ámbito internacional, aunque en el propio país no los reconozcan.
Pero falta apoyo para realizar el sueño de donar la Biblioteca Macondo de autores colombianos a la principal Biblioteca de Milán. Se necesita una franquicia de 300 kilos para llevar los libros. ¡Y muchas otras cosas! ¿Alguna empresa de aviación, o italianos residentes en Colombia, o cualquier entidad o ciudadano colombiano, entenderá la trascendencia del proyecto y ayudará a que se consolide el Milán-gro? Al fin de cuentas, se trata de una fiesta de paz, con los recursos de la imaginación.

El libro blanco de la sabiduría

El libro blanco de la sabiduría


Por Ignacio Ramírez
Cronopios – Agencia de Prensa
cronopios@cable.net. co


El libro blanco de la sabiduría es negro. Ni siquiera es un libro sino una prueba de autor a la que deliberadamente se le ha cortado una esquina, porque –creo yo— más que sabiduría es lúdica y erudición lo que contiene.
El viejo Albert Einstein saluda a lectores y fisgones con su archiconocida fotografía con la lengua afuera, complicidad evidente con los niños, burla con los adultos que en la página opuesta son testigos de cómo un par de líneas rectas paralelas devoran un pececillo, sin fórmula de juicio, y dan paso a 179 páginas de sorpresa y de juego en un territorio de papel lleno de letras, dibujos y formatos sin género pero sí generales, pues esto no es novela ni cuento ni poesía ni ensayo y no obstante es de todo, depende eso sí de la capacidad de vuelo imaginario de sus pasajeros.
No tengo ni la menor idea de cómo llegó El libro blanco de la sabiduría a mis manos. Es anónimo. Suelen llegarme libros por montones, sobre todo inéditos. No me dejan dormir porque pienso en sus autores y me habita la impaciencia que a muchos de ellos también los mantiene insomnes, según me han confesado. A El libro blanco de la sabiduría lo hurgué y lo volteé de mil maneras, lo escruté y lo esculqué buscándole la firma del autor en algún escondite, como suelen hacerlo algunos vivarachos polígrafos o ciertos maestros de la pintura (Goya es paradigma), que firman en tinieblas o urden escondrijos no se sabe si para que no los falsifiquen o si proponen búsquedas detectivescas a sus escudriñadores.
Pero no. El libro blanco de la sabiduría no tiene autor y no he logrado descubrir cómo llegó al arrume de tomos por leer que tengo en sala, comedor, alcoba, cocina, baños, cuchitriles, closets, cajas, cajones y todo cuanto dios en su ociosidad me dio.
Sé, eso sí, que un día lo abrí y no fui capaz de cerrarlo hasta leerlo y observarlo letra a letra, línea a línea, milímetro a milímetro, como cuando me enamoro de una muchacha y ya no puedo dejar de amarla eternamente hasta el diciembre próximo.
Porque El libro blanco de la sabiduría es deleitoso. Por ejemplo: El Principito retoza en su asteroide luminoso y Scherezada desovilla el hilo de sus cuentos salvadores al tiempo que Amadís de Gaula y Don Quijote y todos nuestros amigos de papel y sueños desempeñan su rol en una pieza teatral compuesta del silencio que puebla los recuerdos y de la algarabía de lector que tanto se parece a lo que dicen que es la felicidad.
La seriedad y el buen humor por todas partes: aunque lo puedas dejar siempre, no se acaba nunca. Tiene todos los libros que valen la pena y ni uno solo para perder el tiempo. Aunque está siempre en presente va al pasado, recupera incunables, da cuerpo de lluvia a las palabras, forma de jeroglíficos, de ediciones perdidas. ¡Y habla! Tal cual lo dice en un prólogo que no habita las primeras páginas sino de la 31 a la 38: “Yo soy un libro excepcional porque soy el libro que habla. Quien replique que todos los libros hablan tiene algo de razón o sea que no tiene toda la razón...”
Es un libro mutante pero puede ser pétreo. Cambia según el lector. Camaleona o juega a Estatua con la misma destreza que caracteriza a las iguanas y a los girasoles, las Mantis religiosas y las mujeres perversas. Tiene páginas en blanco y páginas atiborradas, líneas flacas y líneas gordas. La línea flaca sueña que está flaca y que vivía en la casa de Alicia, la del País de las Maravillas. La línea gorda soñó que era un interminable y aburrido mar de texto.
Guarda y propone también fichas técnicas, cuestionarios, modelos para armar, jugarretas sin fin. Y aún no sé si algunos cuentos que estaban en su interior, estos sí con firma de autor, forman parte de un embarazo bibliográfico de El Libro blanco de la sabiduría, que es un reto y que contiene un duende cibernético: creo que hace más de un año que alguien lo introdujo por el postigo de mi ventana, o se disfrazó de cartero viejo y lo dejó en la portería del edificio donde vivo. Pero me da la sensación de que lo leí cuando niño, no se por qué. Acaso por todas las referencias a los libros entrañables que uno va acumulando en la trastienda a medida que la vida pasa. O quizás porque el duende sabe escabullirse en el intríngulis del tiempo: cuando lo leí por primera vez, escribí una nota para enviarla a los Cronopios y sucedió como me pasa a veces con textos de Cortázar: no apareció por parte alguna. Busqué y busqué y busqué y se había perdido. Traje técnicos especializados en rescatar archivos desaparecidos y como en el caso de la mayoría de los buscadores de galeones hundidos, lo único que hicieron fue esquilmarme. Luego escribí otra nota y fue peor: no solo se perdió el texto sobre el libro blanco que es negro sino que enloqueció el sistema y me quedé sin muchas cosas que había escrito y que tomaron destinos similares a los de las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer.
Ahora, cuando estoy escribiendo una tercera versión que por supuesto no tiene nada que ver con las dos anteriores, confieso que he temblado ante la posibilidad de que tampoco llegue a sus destinos. Ruego, entonces, a los Cronopios enredados (que así nos llamamos por pertenecer a la Red) que me digan si les llegaron las páginas en blanco, si no llegaron (lo invisible también es susceptible de confirmación) o si llegaron 50 mil versiones diferentes para en caso tal ir a mirarme en el espejo para saber si me he convertido en Polifemo o en El Barón rampante.
En todo caso, si yo fuera editor, no vacilaría en poner a circular El libro blanco de la sabiduría para fundar el hito de un juego que se lee y no se cree, un libro que al final tiene un cajón de donde brota el humo de la fantasía.
No me pregunten cómo llegó a mis manos. Pero si alguno de ustedes es el autor de El libro blanco de la sabiduría, o al menos lo conoce, por favor: no me lo diga, que perdería el encanto. Y el pececito devorado por las líneas paralelas se enamoró de una mancha golosa.

Paco Ibañez

Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
Fundado en 1990 – Viernes 4 de marzo de 2005 – Director: Ignacio Ramírez ignacioramirez@cable.net.co
Paco le canta a Roda

Paco Ibañez, el gran trovador de los tiempos modernos, ya está entre nosotros. Hoy viernes a las 6.30 de la tarde en el auditorio León de Greiff dará un concierto en honor de su amigo el pintor y grabador Juan Antonio Roda (fallecido), de quien se hace una gran retrospectiva en el Museo de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. La entrada es gratis.
Paco Ibañez es un artista que sobresale por sus diferencias: se enfrentó con su música y su actitud a la dictadura franquista de España, donde fueron prohibidas sus canciones. Nunca aceptó un premio. Rescató la más honda y sensible poesía del siglo de oro español y la puso en los labios y en el alma de las generaciones nuevas. Cantó para Rafael Alberti y José Agustín Goytisolo mientras ellos leían sus poemas. En su guitarra y su garganta revivieron los versos de Miguel Hernández que gracias a él y a Joan Manoel Serrat, forman hoy parte del patrimonio anímico de varias generaciones de inconformes. Transformó tribunas y plazas universitarias en espacios para gritar vigorosa poesía y repeler las fuerzas que los poderes políticos utilizan contra la democracia. Siempre rebelde, siempre intransigente, siempre claro, tiene el don de convertir la poesía en un canto a la libertad, el amor y la vida, en medio de una sociedad consumista, violenta y delirante que secuestra, odia y mata todo el tiempo.
El poeta español Gabriel Celaya, a quien también canta Paco, dice de él que “Incorpora en su música y su voz a los poetas clásicos y contemporáneos que siente como propios, y los hace ser en él mismo más de lo que eran en sus textos. Se identifica con ellos y da a cada uno el tono y el estilo que le corresponden, aunque imprime en todos el sello de su inconfundible personalidad, o quizá de una secreta comunidad”.

Un anticonformista abierto al mundo. Un ser profundamente humano que siempre ha levantado su voz contra la injusticia y el olvido. Una gran figura que, según Vázquez Montalbán, «practica constantemente la provocación cultural, la crítica dura y directa contra los enemigos sucesivos de la emancipación individual y social».

Un marginal que siempre ha rechazado medallas y premios y que ha estado rodeado de sus compañeros cercanos, poetas o pintores (Salvador Dalí, José Ortega, Antonio Saura, Manessier, Jorge Oteiza, Guinovart...). Sus obras originales ilustran sus discos.

Un internacionalista convencido a quien le gusta repetir: «Yo hablo vasco por mi infancia, castellano por la escuela, francés por el exilio, italiano por placer y catalán por amistad...».

Un homo sapiens obsesionado por la idea superior de la libertad: «La finalidad, la ilusión, el objetivo de cada uno está ahí: ser lo más libre posible en el tiempo y la conciencia, en las ideas que uno pretende defender».

Por estas múltiples razones hay que verlo y oírlo y aplaudirlo en esta sorpresiva y sorprendente visita a Bogotá, para cantarle su homenaje al maestro Juan Antonio Roda.
Este es Paco
Paco Ibáñez, nacido en Valencia en 1934. Fue el más joven de cuatro hermanos y una hermana. Su padre valenciano y su madre vasca vivieron en París antes de llegar a España en 1933 en plena República. Tras la Guerra Civil se vieron obligados a irse al exilio fuera de España.
Mientras que su padre fue encerrado en un campo de trabajo francés, la familia encontró refugio en la explotación Apakintza cerca de San Sebastián. Su disco "Oroitzen" (Recuerdos) describe sus memorias de ese tiempo.
Instalado definitivamente en Francia, su padre lo inicia al oficio de ebanista. Paco comienza entonces los estudios de violín que van rápidamente a ceder el puesto a la guitarra.
En París, a principios de los años 50 , descubre en primer lugar la música de Georges Brassens y de Atahualpa Yupanqui, referencias esenciales siempre citadas por Paco, e inmediatamente después de ellos, Léo Ferré y todo el movimiento existencialista.
Paco comienza a penetrar en el ambiente de los cabarets del Barrio Latino, conducido por el pintor venezolano Soto (considerado por Paco como su padre espiritual) y la cantante Carmela, con los cuales en 1956 forma un trío llamado: "Los Yares".
La maestría de Paco con la guitarra le permitió acompañar a Carmela durante ocho años en los cuales visitó distintos países europeos y realizar con ella sus primeros registros discográficos.
En 1956 tiene lugar un encuentro importante en la vida de Paco: hace el reconocimiento de Georges Brassens en el Olympia. Algunos meses después, la fotografía de una andaluza vestida de negro le inspira su primera canción sobre el poema: "la más bella niña", del brillante Góngora. Éste primer poema transformado en canción le abre las puertas de un nuevo mundo: a los poemas de Góngora le sucederán otros en 1958, de García Lorca; Paco Ibáñez había encontrado su propio camino artístico.
Todos estos poemas van a formar parte de su primer registro, producido en París en 1964. Éste disco, tras su publicación, se volvió un clásico, utilizado por los profesores de Lengua y literatura española como material pedagógico y por los partidarios de las libertades (tanto españolas como francas) como un símbolo de resistencia cultural. Sobre la carátula ya figuraba un dibujo creado especialmente por el pintor Salvador Dalí.
"El Carraca" fue el nombre que tomaron en 1966 distintos protagonistas culturales instalados en la capital francesa (entre ellos Paco, Francisco Nieva, Georges Lavelli, Alain Savary) con el fin de representar espectáculos en lengua española. Uno de estos espectáculos fue el Primer Festival Español de Teatro del Municipio de Aubervilliers, que contó con la participación de Raimon, Pi de la Serra y Brilla Cilia, entre otras personas.
En ésta época la casa de Ibáñez en París era un centro de recepción para numerosos artistas e intelectuales españoles que pasaban por la capital francesa (idas y vueltas del exilio o simples escapadas para respirar un poco de aire fresco).
El segundo disco de la colección "España de hoy y de siempre" sale en 1967. Contiene poemas de Alberti, Góngora, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Miguel Hernández y Quevedo: otro clásico.
Un año después, Paco interpreta tres canciones para Rafael Alberti que oye sus poemas cantados por primera vez; una estrecha amistad nace entre ellos; conducirá, años más tarde, a compartir incluso escena.
Febrero de 1968 es una fecha importante en la historia de Paco Ibáñez: su primer concierto en España, y más exactamente en Manresa durante la "Primera Trobada de Cançó de Testimoni". A partir de entonces su actividad se extenderá a distintas Universidades y llegará a cantar en la televisión española "Andaluces de Jaén" de Miguel Hernández. Es éste día el que hace el conocimiento de Atalhualpa Yupanqui. Inmediatamente después, se instala en Barcelona donde se encuentra con José Agustín Goytisolo, otra amistad transformada en íntima colaboración. Es en diciembre de éste año cuando Paco dará su concierto histórico en el "Teatro Comedia" en Madrid.
El 12 de mayo de 1969 se celebra en la Sorbona el primer aniversario de la toma de ésta por los estudiantes. Paco llena el tribunal y lo transforma en una sala de conciertos, para dar un espectáculo en total adecuación con los universitarios franceses, que lo adoptaron como uno de sus símbolos.
El mismo año se publica su tercer disco y su pronta aparición en el Olympia, otra tarde en comunión con el público francés, que iba a dar lugar a su cuarto registro (uno doble esta vez). Es en el Olympia cuado canta por primera vez una canción de Brassens traducida en español: "La mala reputación".
Entonces, Gobierno español incluye a Paco Ibáñez en la larga lista de los censurados. La dificultad de seguir viviendo en Barcelona le impulsa a volver a París, de ahí viaja por todo el mundo aportando por todas partes la poesía española de hoy y de siempre.
La censura española alcanza su apogeo en 1973 cuando se le prohíbe todo espectáculo en el territorio nacional español.
La muerte del dictador no disminuye la censura sobre su música, y sus conciertos en España siguen siendo difíciles, mientras que en Francia abarrota salas completas.
Sus discos salen regularmente ("Canta a Pablo Neruda ", "A flor de tiempo", "Canta a Brassens") y su taller parisiense se convierte en un centro de reunión de artistas e intelectuales, a la imagen de lo que había sido la casa de sus padres en los años 60.
Gato Lang, entonces Ministro de Cultura, le decreta la Medalla de las Artes y Cartas en 1983. Paco lo rechaza. En 1987, Gato Lang le decreta por segunda vez la Medalla de las Artes y Cartas. Paco lo rechaza de nuevo.
Entre las dos propuestas de medallas, presenta en particular, en París (durante algunos conciertos otorgados en 1983 bajo la carpa de Sylvia Monfort y en un gigantesco espectáculo en 1984 sobre la explanada del Palacio de Chaillot) y en Madrid su proyecto "La Carpa" (un foro destinado a reunir todas las disciplinas artísticas), participa en un "Homenaje a García Lorca" celebrado en Israel con motivo de los 50 años de la guerra de España.
En 1988, canta en el Olympia durante seis días, con el Cuarteto Cedrón. Este mismo año, canta una semana en el "Teatro Alcalá" de Madrid.
En 1990 se instala en España, en primer lugar en Madrid, a continuación en el País Vasco. Desde 1994, reside en Barcelona.
Entre los numerosos conciertos en el curso de estos años en España y Francia, se pueden citar el que se realizó en Cataluña en favor de las Madres de la Plaza de Mayo. "A Galopar", concierto con Alberti, pasará a ser su noveno disco. Así mismo, se producirán también en Barcelona, como en París en mayo de 1992, en Casino de París.
Alberti dice sus textos, Paco canta, resulta una poesía única, indivisible. Es en esta serie de conciertos en Casino de París cuando Atahualpa Yupanqui efectuó su última salida en público, puesto que murió algunos días más tarde.
En 1994, "La Voz y la Palabra" reanuda una fórmula similar: es esta vez José Agustín Goytisolo que recita sus propios poemas. Este espectáculo viajará a través de toda España, Francia, Argentina, Uruguay.....
En 1996, Paco sigue siendo un símbolo: el festival "Los Mediterráneos de Céret" le lleva a patrocinar su primera edición, considerándolo como uno de los padres espirituales de la cultura mediterránea.
En paralelo, casi se republican todos sus discos en CD: el éxito de las ventas supera toda expectativa. Un año después, participa en el concierto en homenaje a las Brigadas Internacionales en el Palacio de los Deportes de Madrid.
Fiel a sus amigos más allá de la vida, desde 1994 se presenta en la Asociación Thank You Férreo , que organiza cada 14 de julio en el Trianon de París un concierto en homenaje a Leo Ferré: Paco es el único invitado permanente.
En 1998 compone la música de "Así que pasen cinco años" de Federico García Lorca; el primer concierto se da en el Teatro Griego de Barcelona.
En el mes de agosto, "Aimenara", Sociedad Cultural Andaluza, le otorga en Barcelona el Premio Gerald Brenan, en reconocimiento de "su larga trayectoria en favor de la libertad y la poesía, así como de su preocupación de independencia respecto a los poderes públicos, económicos y culturales. Fiel a su principio de no aceptar premios, lo rechaza.
En 1999, Paco "el irreducible" efectuó un regreso triunfal al TRIANON de PARÍS. La sala estaba llena y el público entusiasmado - sin distinción de edades - encontró el Paco de los grandes días. La presencia, la voz, la poesía, y una extraordinaria emoción llenaron la sala.
EN 1999 publica un nuevo disco, Oroitzen (Recordando), álbum que como compromiso cultural con su identidad y con sus orígenes, realiza en euskera junto a Imanol. Un disco con recuerdos de infancia cantados en la lengua de su madre, el euskera.
Octubre del 2002, se reeditan sus nueve discos esenciales y en dos conciertos memorables, presenta en el Palau de la Música Catalana de Barcelona su último álbum "Paco Ibañez canta a Juan Agustín Goytisolo".
DISCOGRAFIA
En el Olympia
Paco Ibañez 1
Paco Ibañez 2
Paco Ibañez 3
Por una canción
A flor de tiempo
A galopar
Canta a Brassens
Canta a José Agustín Goytisolo
Oroitzen
Fue ayer

Don Quijote y la China

Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
Fundado en 1990 – Martes 11 de enero 2005 – Director: Ignacio Ramírez ignacioramirez@cable.net.co
Literalúdica
Un Cronopio llamado Don Quijote


Por Ignacio Ramírez

Ahora sí se acabaron las fiestas y a trabajar se dijo. Aunque Cronopios no descansó ni un solo día, como consta en los atiborrados buzones de la Red Internacional, consideramos que hoy martes 11 de enero comienza 2005 porque ya de nuevo el tráfago invade a las urbes que disfrutaron el sosiego relámpago de las calles vacías y los ritmos frenéticos y vertiginosos de nuestras sociedades retoman su delirio e intentan en ingenua batahola (como afirmamos en una de nuestras recientes filosolúdicas) aventajar al tiempo en una carrera entre tortuga y liebre: ya se sabe que gana la tortuga si ejercita la maña mientras la liebre muere por asfixia en su carrera atizada por el miedo.
Despacio se va lejos. Hay que seguir andando como sea y hasta donde se pueda. En estas guerras la pelea es pensando y no peleando como suponen y practican los exaltados bárbaros. Por eso el arte y la cultura deben consolidarse e integrarse, ser fuerza viva desde la creación y el pensamiento y cumplir su tarea fundamental que no es propiamente la de cambiar el mundo, aunque sí oxigenarlo e iluminarlo porque en territorios y tiempos sombríos son la palabra y el color, el baile, la puesta en escena, la imagen, la imaginación, el fuego de la música, el corazón y las manos del artista, la inteligencia, el equilibrio, la audacia y la estrategia creadoras, inmejorables ingredientes y argumentos para que aún en medio del desastre haya esperanza, por lo menos.
En 2004 estuvo Julio, el padre de todos los Cronopios, recordándonos sus 90 años de vida, sus 20 de muerte, sus infinitos de inmortalidad. Gigante va creciendo y va volando y de rayuela en rayuela parece un molino de agua, una noria de carcajadas sempiternas, un padrenuestro que está en los cielos y en la tierra y duerme y sueña al lado de su osita bajo la tierra cosmonáuticautopística de Montparnasse. Orondo ríe haciéndose el dormido, al tiempo que abre puertas para que pase el desfacedor de entuertos que lleva cuatro siglos caminando y sigue tan campante como su leal y huesudo Rocinante y tan visible e invisible como su amada y ambigua y dulce Dulcinea. Sancho enjalma y sonríe cual Cronopio emburrado y sabe que a él también le espera el homenaje de la tetrasecular cabalgadura en sus andanzas de papel y entre los lomos del libro de los libros donde el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha comprueba una vez más la fábula de la tortuga y de la liebre y la cronópica sentencia del transcurrir del tiempo: el pensamiento y la palabra perduran y acompañan un poco más que los bolsillos llenos de codicias y rapiñas.
Estamos a cinco días del suceso: el 16 de enero de 1605, hace exactamente 400 años, comenzó a venderse la primera parte del Quijote de la Mancha, obra cumbre de Miguel de Cervantes, primer Cronopio de la novela moderna, primer valiente y visionario vencedor de los mismos con las mismas historias recurrentes y fatigantes de los caballeros que tanto se parecen a los burros que en estos tiempos nos gobiernan y nos diezman. Por eso, los 400 años de Don Quijote de la Mancha no son solo una convencional conmemoración de un hecho histórico ¡No! Se trata de un homenaje al poder de la palabra y un rescate a su valor, tan necesario ahora. Y algo más entrañable y más humano: reconocer y redimir el mito quijotesco, que no es cosa distinta a la defensa de los más elevados principios morales para enseñárselos a aquellos que no saben que es más libre quien menos cosas materiales necesita y que el secreto de la camisa del hombre feliz es cabalmente que la felicidad del hombre consiste en no tener camisa.
2005 para Cervantes y para Don Quijote, día a día, siempre. Para ese magnífico universo donde la cordura enloquece a la locura que es la cuerda. Don Quijote cabalga de nuevo todo el año. Bienvenidos a Cronopios todos los Quijotes de todos los tiempos. Esta casa de puertas abiertas a partir de hoy se declara sin puertas y se esforzará porque a través de sus ventanas demos alegría al Caballero de la triste figura por simple gratitud a su generosa donación de alegría sin cesar para el género humano durante 400 años y por los siglos de los siglos. Y porque en un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, cabalgaba un Cronopio...