sábado, septiembre 09, 2006

Él, el Supremo

Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
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Él, el Supremo

Augusto Roa Bastos

Por Ignacio Ramírez

Supremo él, claro que sí. Por humano derecho, por mérito en el uso de la palabra, porque aunque su patria fue el exilio durante más de la mitad de su vida, no tuvo miedo jamás de hundir el dedo en la llaga de los sátrapas; porque tampoco le temblaron ni la voz ni el pulso para denunciar los abusos de poder y enfrentar a los tiranos de la historia o del presente. Supremo él, tal como define a esa palabra el diccionario: “Sumo, Altísimo, que no tiene superior en su línea” y eso –en todo el Paraguay y en buena parte del panorama literario latinoamericano— fue Augusto Roa Bastos, quien murió hoy en Asunción, poco antes de cumplir 88 años de edad, mucho después de haberse sostenido como uno de los escritores de la lengua española que con mayor vigor enarbolaron la palabra como defensa de la razón frente a la fuerza.

Yo, el Supremo, su obra de identidad, que conmovió y caló en América como valiente denuncia contra el oprobio de las dictaduras, recrea la historia de Paraguay desde la independencia (1811) hasta la muerte del Dictador Perpetuo (Gaspar Rodríguez de Francia, el Doctor el mínimo Supremo) en 1840. Irónicamente, el mismo año de la muerte de Stroessner le fue concedido el Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras hispanas.
Ahora que el mundo entero conmemora con admiración y vehemencia los cuatro siglos de la publicación de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, la muerte de Roa Bastos revive su permanente proclama de haber –él— plagiado la obra Cervantina: “He plagiado El Quijote en “Yo, el Supremo”, solía repetir. “El Quijote no entró en Paraguay durante la época de la colonia y mi país debió haber sido invadido por ese libro.”

Hombre reservado, siempre enfrentado a los poderosos y el más representativo del grupo literario conocido en su país de origen como «Generación del Chaco», Augusto Roa Bastos fue uno de los autores más brillantes de las letras hispanas pero también sufrió en sus propias carnes la persecución y pasó casi la mitad de su vida huyendo: vivió un exilio de casi 50 años, gran parte del mismo durante el régimen militar de Stroessner (1954-1989).

Escritor público en columnas y artículos de prensa que se reproducían en Europa y América, Roa Bastos realizó estudios de Derecho y Economía en Asunción. En 1944, en plena II Guerra Mundial, se trasladó a Londres como corresponsal del rotativo paraguayo «El País», trabajo que utilizó en su libro de entrevistas y comentarios «La Inglaterra que yo viví» (1946).

A la vuelta, decepcionado por la situación sociopolítica en Paraguay, tras la asonada de Natalicio González, quien dictó orden de búsqueda y captura contra Roa por su trabajo en el mencionado diario, el escritor decidió exiliarse en 1947, y sólo regresó a su tierra de modo esporádico en 1966 y 1982. El escritor vivió después en Francia y España, y ambas nacionalidades le fueron concedidas en 1985 y 1983.

Además de la novela, Roa Bastos cultivó otros géneros. Llevan su firma la obra de teatro «Mientras llegue el día» (1946) y el poemario «El naranjal ardiente» (1960). Como guionista cinematográfico recibió los Premios al Mejor Guión de Cine Argentino por «Shunko» (1960), el Giove Capitolino D’Argento del Certamen Internacional de Cine Americano de Roma (1961) y al Mejor Guión de Santa Margarita de Italia por «Alias Gardelito» (1961).

A pesar de la edad y su debilitada salud, nunca abandonó su tarea literaria.

Él, el Supremo.