lunes, octubre 23, 2006

Cuatro negras de palabra

La artesanía del verbo

Cuatro negras de palabra

Mary, María de los Ángeles, Lucrecia y Amalia Lú



Aparte de mostrar la exquisita riqueza y variedad de las artesanías del Pacífico, cuatro mujeres de la región presentaron espléndidas facetas de la expresión cultural de pueblos que aún azotados por la violencia tienen valor para cantar y denunciar desde la trinchera de las palabras.

Por Ignacio Ramírez
Cronopios – Agencia de Prensa

Cuando la negra Mary Grueso se planta en el escenario con su cuerpo rítmico y grandote y hace a un lado el micrófono para proclamar que no le digan morena sino negra y que no la tilden de mujer de color sino de negra y que no la blanqueen porque ella está muy orgullosa de sus negrísimos ancestros como la noche, como el tambor y como el carbón, al público que la contempla y que la escucha se le eriza la piel y se le nota la tremenda sorpresa de vibrar con las palabras de una mujer altiva y carismática, que sabe bien que el huracán de su palabra negra deslumbra y cala en todos los auditorios que pisa para iluminar y estremecer al tiempo.

A María de los Ángeles Popov se le alborota la poesía en los senos. Grandes y erectos y provocativos, los luce siempre con la coquetería de quien se sabe dueña de una ventana sensual que permite ver hacia fuera la reacción lasciva de los machos y envidiosa (o al menos suspicaz) de las mujeres. Entonces, por antonomasia, por fuerza de gravedad, la poesía de María de los Ángeles tiene que ser erótica: “Soy/ una/ noche/ luminosa,/ de cuerpo celeste./ Mi/ sexo/ gira/ sobre tu boca”. Su poesía habla de vaginas nubes, de camas claras de canela, de sábanas huracanadas, caderas climáticas, y climax.

Lucrecia parece toda un árbol de navidad con tronco negro y luces de todos los colores que alegran la tarde desde su boína blanca y su chaqueta. Arenga en sus poemas por la paz. En ellos habla de las mezclas raciales, de los ríos de su tierra que van al mar Pacífico y de la condición orgullosa de la gente que habita los contornos de sus mapas cotidianos, vitales.

Y Amalia Lú es imaginera desbordada que busca y encuentra ritmos que nacen, crecen, se reproducen y se hacen inmortales en los pezones, los ojos, las caderas, el clítoris, el susuné (húmedo umbral, negro umbral, libidinoso y lujurioso umbral entre las piernas de las negras). “Genarina Mosquera, la nana Ina –por ejemplo—tenía el ritmo en el ombligo”, “Miguelina Cuesta tenía el ritmo en el mirar”, “Honoria Lozano tenía el ritmo en el sentar”. ¡Ah! Amalia Lú cuenta las historias con ritmo en todo el cuerpo y si uno las lee directamente de su libro Vean, ve, mis nanas negras, descubre a una escritora singular dotada con el arte de narrar con ritmo (claro), con sutil buen humor y evidente buen oficio de mujer de palabra.

Estas cuatro bellas negras del Pacífico, una de Guapi, otra de Roldanillo, la tercera del Cauca y la otra de Quibdó, fueron una espléndida sorpresa para quienes durante el puente festivo que acaba de pasar, acudieron a la Feria Artesanal que en Bogotá mostró las maravillas que hacen con sus manos creadoras los hombres y mujeres de la costas pacíficas del Cauca, del Valle y de Nariño. Gente de cestería, de madera, de tejidos vistosos, de viandas y de música. Gente que a donde va, cautiva; donde baila, contagia; donde canta, deslumbra.

Y las cuatro poetas de la palabra negra, un testimonio admirable y valiente de cómo el verbo aún arde e incendia frente a los vientos del desastre. Aún cautiva y permanece firme como única fuerza de la razón para enfrentar la guerra.

Nadie que oiga y vea a estas mujeres podría creer que vienen de pueblos destruidos por los asesinos que secuestran y cilindran y campean orondos por la tierra de todos que volvieron de nadie.

La negra Mary Grueso: “La sangre de mi cuerpo/ se empieza a desbocá/ se me sube a la cabeza/ y comienzo a protestá”.

María de los Ángeles: “Al otro lado de mi cuerpo, hay un río/ un pedazo de tierra, un monte púbico/ Al otro lado de mi cuerpo sueñan grillos”.

Lucrecia: “Desde mi tierra yo la llamo/ y ella me dice que vendrá/ Nadie podría creerlo/ pero a mí me habla la paz”.

Amalia Lú: “Bella Paz era alta y maciza, de pies y manos grandes como los árboles frondosos; tenía las tetas gigantescas y un nalgatorio que se le movía al caminar como las campanas de la catedral”.

Mary Grueso es Maestra, con mayúscula. Habla de Kierkegard y de Sartre y de Camus y de Jean Jacques Rousseau, como de sus más íntimos amigos.

A María de los Ángeles Popov la abraza el público y la aplaude y se la lleva sin permitir que diga una palabra para los Cronopios. En cambio, deja un cuadernillo negro donde se proclama negra redonda, semifusa y silenciosa, en cama musical.

Lucrecia carcajea sus blanquísimos dientes, mucho más blancos que su boína blanca y mucho más vistosos que sus bluyines de arcoiris y sus chaquetas policromas.

Y Amalia Lú, sicóloga ataviada de diva contadora de historias lúdicas y rítmicas, mira a la gente que le aplaude y se dedica a adivinar de dónde le viene el ritmo a cada uno.

Si usted vio y escuchó a estas cuatro poetas negras del Pacífico colombiano, coincidirá conmigo en sustentar la esperanza que aún queda en la palabra. Si no, cuando sepa que en alguna parte se presentan, vaya a verlas. Da mucho gusto sentirse compatriota de seres que como ellas cantan en el mismo lugar donde todo el mundo se lamenta.