Antonio de la Atlántica
Literalúdica
Por Ignacio Ramírez
Antonio de la Atlántica
Desde 1992, cuando fue lanzada con la idea de unir a los pueblos mediante la poesía, la Revista Atlántica, de España, una de las más bellas y prestigiosas en su género, ha cumplido rigurosamente con tal precepto, gracias al cual nos hemos percatado de la existencia de hombres y mujeres que en el mundo entero, con todas las diferencias y distancias que plantea una sociedad tan compleja y díscola como la que nos tocó protagonizar, coinciden en el ejercicio de la poesía como único espacio habitable del planeta; sola y loca pero válida y excepcional alternativa para terciar en la guerra inherente a la muerte que vivimos.
Voces como las de Roberto Juarroz, Aurora de Albornoz, Al-Arabí, Consuelo Hernández, María Negroni, Enrique Badosa, Lina De Feria, Charles Simic, Javier Lostalé, Cristóbal Serra, Alberto Blanco, Al-Kahouaji, Edgar O’Hara y por lo menos otro centenar de poetas de los cinco continentes, nos han llegado y se han quedado entre nosotros por obra y gracia de ea publicación ( "faro marítimo y cultural para el transporte de las ideas entre los continentes", según afirmación de su director José Manuel Ripoll, quien comparte tal honor y responsabilidad con Jesús Fernández Palacios, otro iluminado gaditano). Los colombianos Juan Gustavo Cobo-Borda, Juan Manuel Roca, Álvaro Mutis, Aurelio Arturo, Ricardo Cano Gaviria, José Asunción Silva, Consuelo Triviño, Raúl Gómez Jattín y Piedad Bonnett, habían sido ya embarcados en tripulaciones anteriores de esta nave de papel, que llega a todos los puertos de lectores ávidos de conocer lo nuevo, lo diferente y lo distante, para encontrar lo semejante que confluye en la poesía.
Ahora, en un llamativo número rojo que encabeza el exótico poeta turco Afsar Timuçin (“el día se ha ido una vez, se ha esfumado/ sin que uno pueda resignarse a lo sucedido”) y que contiene además la palabra de los españoles Jesús Hilario Tundidor, Ernesto Suárez y Tomás Sánchez Santiago, lo mismo que documentos sobre cinco poetas de la neovanguardia italiana, la Revista Atlántica —que ha sido siempre océano— se convierte en río Amazonas y dedica diez páginas de su hermosa edición a la obra de nuestro compatriota Antonio Correa Losada, poeta que ha ido ganando un destacado lugar en el afecto y la admiración de los lectores del mundo, gracias a una virtud silenciosa pero eficaz: labra cada palabra y cada tono hasta lograr la atmósfera precisa para la imagen que sueña o reproduce (“Vengo de las deshabitadas/esquinas de la casa//El beso oculto del amor/ en la puerta cerrada por la sombra//El brazo roto del hermano/ justifica la fuerza de mi padre//El terror del que ha sido aterrorizado//La lengua en largas estadías/humedece un jarrón roto/en el duro sillón del invitado//El sonido desnudo del agua que me arrastra”. Visión del ahogado, como botón de muestra).
Antonio, habitante de Ecuador y México, pasajero de España, vivió recientemente una gran experiencia por todo el Amazonas (río y selva), que recorrió integrándose: indígenas, colonos, políticos, aventureros, canoas, árboles, animales, agua y cielo, tormenta y paz para su palabra, que se convirtió en Desolación de la Lluvia , donde hizo patentes, entre muchas otras alucinaciones, que “En la cárcel del agua/ una estrecha oquedad/ lleva con parsimonia/las vigas de mi cuerpo//No sé si muero o vuelo/ sobre oscuras maderas” (Canoa). Muere y vuela, con seguridad, en una cruz: la poesía.
Por Ignacio Ramírez
Antonio de la Atlántica
Desde 1992, cuando fue lanzada con la idea de unir a los pueblos mediante la poesía, la Revista Atlántica, de España, una de las más bellas y prestigiosas en su género, ha cumplido rigurosamente con tal precepto, gracias al cual nos hemos percatado de la existencia de hombres y mujeres que en el mundo entero, con todas las diferencias y distancias que plantea una sociedad tan compleja y díscola como la que nos tocó protagonizar, coinciden en el ejercicio de la poesía como único espacio habitable del planeta; sola y loca pero válida y excepcional alternativa para terciar en la guerra inherente a la muerte que vivimos.
Voces como las de Roberto Juarroz, Aurora de Albornoz, Al-Arabí, Consuelo Hernández, María Negroni, Enrique Badosa, Lina De Feria, Charles Simic, Javier Lostalé, Cristóbal Serra, Alberto Blanco, Al-Kahouaji, Edgar O’Hara y por lo menos otro centenar de poetas de los cinco continentes, nos han llegado y se han quedado entre nosotros por obra y gracia de ea publicación ( "faro marítimo y cultural para el transporte de las ideas entre los continentes", según afirmación de su director José Manuel Ripoll, quien comparte tal honor y responsabilidad con Jesús Fernández Palacios, otro iluminado gaditano). Los colombianos Juan Gustavo Cobo-Borda, Juan Manuel Roca, Álvaro Mutis, Aurelio Arturo, Ricardo Cano Gaviria, José Asunción Silva, Consuelo Triviño, Raúl Gómez Jattín y Piedad Bonnett, habían sido ya embarcados en tripulaciones anteriores de esta nave de papel, que llega a todos los puertos de lectores ávidos de conocer lo nuevo, lo diferente y lo distante, para encontrar lo semejante que confluye en la poesía.
Ahora, en un llamativo número rojo que encabeza el exótico poeta turco Afsar Timuçin (“el día se ha ido una vez, se ha esfumado/ sin que uno pueda resignarse a lo sucedido”) y que contiene además la palabra de los españoles Jesús Hilario Tundidor, Ernesto Suárez y Tomás Sánchez Santiago, lo mismo que documentos sobre cinco poetas de la neovanguardia italiana, la Revista Atlántica —que ha sido siempre océano— se convierte en río Amazonas y dedica diez páginas de su hermosa edición a la obra de nuestro compatriota Antonio Correa Losada, poeta que ha ido ganando un destacado lugar en el afecto y la admiración de los lectores del mundo, gracias a una virtud silenciosa pero eficaz: labra cada palabra y cada tono hasta lograr la atmósfera precisa para la imagen que sueña o reproduce (“Vengo de las deshabitadas/esquinas de la casa//El beso oculto del amor/ en la puerta cerrada por la sombra//El brazo roto del hermano/ justifica la fuerza de mi padre//El terror del que ha sido aterrorizado//La lengua en largas estadías/humedece un jarrón roto/en el duro sillón del invitado//El sonido desnudo del agua que me arrastra”. Visión del ahogado, como botón de muestra).
Antonio, habitante de Ecuador y México, pasajero de España, vivió recientemente una gran experiencia por todo el Amazonas (río y selva), que recorrió integrándose: indígenas, colonos, políticos, aventureros, canoas, árboles, animales, agua y cielo, tormenta y paz para su palabra, que se convirtió en Desolación de la Lluvia , donde hizo patentes, entre muchas otras alucinaciones, que “En la cárcel del agua/ una estrecha oquedad/ lleva con parsimonia/las vigas de mi cuerpo//No sé si muero o vuelo/ sobre oscuras maderas” (Canoa). Muere y vuela, con seguridad, en una cruz: la poesía.
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