sábado, septiembre 09, 2006

Pobre tiempo

Cronopios
Diario virtual para hombres y mujeres de palabra
Fundado en 1990 – Viernes 31 de diciembre de 2004
Pobre tiempo

Por Ignacio Ramírez
Director de Cronopios
Hay un momento de la vida en el que el tiempo se transforma en soledad. La soledad es una vieja ciega bastoneando recuerdos, buscando una rendija hacia la luz. En los años viejos camino hacia años nuevos, el tiempo es un escalofrío que corre emocionado y loco por la columna vertebral del aire. Sin cuerpo alguno el tiempo gira como un trompo de sombra entre la nada. Nadie sabe que al tiempo no le queda tiempo y sin embargo tiene todo el tiempo. La soledad abre los ojos al pasado y se encuentra con lo que fue existir y arma el alboroto propio de los entes a quienes solo queda volver la vista atrás: la infancia montada en un caballo desbocado, el río donde el barco de papel se va azuzado por la rosa de los vientos, el penetrante olor a pomarrosas, la sonrisa, las palabras nacientes, los objetos, el efluvio, los ojos, el espejo. Y el tiempo rozagante y apetecible como fruta del árbol prohibido. Luego el ardor, la piel, el otro, los deseos, el colibrí en la fiesta de escorpiones, la plenitud, el éxtasis, la entrega. La vida una ventana abierta al paisaje de Alicia más allá del espejo. La realidad y la surrealidad. Sur realidad. El tiempo, una rayuela de cronopios: arriba el cielo grande y curvo y apenas una franja mentirosa para el posible infierno. Y la piedra arrastrada por el cojo. La piedra que recorre la golosa. Un erizado gato con pelambre de tiempo. La gloria. Todo lúdica. Y una mano en el hombro nos hace dar la vuelta para encontrar el fuego. Entonces hierve el arrebato del amor, que es una ráfaga disfrazada de tiempo. Y se vive el amor como si fuera el sorbo de la perpetua juventud mientras el tiempo hace lo suyo: lupino, astuto, subrepticio, se esconde en los rincones carcajeándose y por su gracia y su desgracia los amantes desaman y quedan tan vacíos como un reloj sin manecillas, una sombra sin cuerpo. El amor se repite y se repite y muere por intermitente y porque el tiempo es un camino inevitable hacia la espera. Remolino que arrasa calendarios y acaba con la carne y con los huesos y devora los seres y las cosas fatídico ashaverus de hambre eterna. Y los que creen creen que después del tiempo habrá más tiempo. Y quienes no, suponen que el tiempo se queda de este lado en su destino de judío errante, pero que tras la muerte debe cesar su gula, y en eso consiste la esperanza. Y entre tanto, el misterio de la vida que pasamos contando de año en año según las convenciones del pavor: hoy, por ejemplo, 31 de diciembre 2004, primer día de enero 2005. Igual si fuese ayer, hoy o mañana, igual con o sin números: el tiempo es una máquina que solo puede producir más tiempo. Arriba, en las estrellas, y más arriba, en las estrellas que se miran desde las estrellas, y más allá del infinito que de día son nubes y de noche titilantes luces, el tiempo se escabulle como los sueños y se va a soñar de tiempo en tiempo. Del útero al sepulcro hay un camino hecho de tiempo. Todo lo hecho y todo lo no hecho, todo lo hecho y todo lo deshecho irremediablemente irán al abismo del tiempo y cuando ya haya transcurrido tanto tiempo que las generaciones que vivimos ya no tengan tiempo para entender la broma inevitable y sempiterna, serán presas del tiempo: hay un momento de la vida en que el tiempo se convierte en soledad y ya sabemos que la soledad sin tiempo es una dama íngrima, una isla negra rodeada de silencio. Triste eternidad del tiempo.
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