Alape
Cuando el río suena
La vida de Arturo Alape ha sido un Río de inmensas voces...y otras voces, como el título de su último libro editado por Planeta (abril, 97). Es esa cabalmente —una polifonía que viene tanto del autor como de los personajes que allí viven y duermen— la tonalidad que se percibe a lo largo de las 307 páginas de crónicas y reportajes que prolongan la vida de textos que fueron artículos de prensa a lo largo de muchos años de ejercicio intelectual de quien ha sido vendedor de baratijas, cacharrero, agitador político, guerrillero, dramaturgo, ensayista, historiador, periodista, cuentista, pintor, perseguido, exiliado, conferencista, bohemio, pero por encima de todo, escritor.
Eso se nota claramente en este libro, en donde las técnicas que a veces amordazan a los géneros periodísticos, son desbordadas por la imaginación o el vuelo poético del pensamiento del autor, quien entre las líneas que le permite el diálogo con personajes muy diversos, deja colar vivencias personales, desata el vuelo de sus propios fantasmas (el exilio y la piel ardida por la militancia) y hace evidente cómo el escritor jalona al periodista y lo deja en la sombra, aunque en una nota introductora haya advertido —con tono de catedrático riguroso que no podrá autenticar jamás un ashaverus como él— que trabajó en la crónica y el reportaje pensando en el destierro al que los han condenado los medios escritos en Colombia, ante el predominio comercial de los avisos pagados.
Por eso, con mucha razón Juan Manuel Roca nos advierte en el prólogo que este libro bien puede servir para "romper la cabeza a la desmemoria" de este amnésico lugar del cosmos en donde "la historia está contada, más que con lápiz, con borrador" . En efecto, Alape narra a través de las voces de sus entrevistados, episodios claves en la historia viva del país y del continente: el humor que no fue capaz de matar a la muerte desde el corazón de Jaime Pardo Leal; el tenebroso Cóndor de Tuluá temblando como una jarcia al viento en la silla de un dentista; el escalofrío que corre por la espina dorsal de Saúl Fajardo, un pobre sujeto de Yacopí, Cundinamarca, soñador metido en la vacaloca de una condena de muerte; un coronel llamado Manuel Agudelo, sentenciado al anonimato a pesar de haber sido rector de la Universidad Nacional durante 18 días en rojísimas épocas (quien por derecho propio tendría que estar a la izquierda de Mockus, a cuya siniestra ha de ubicarse a Goyeneche). En fin...historias borradas por los académicos y por los reporteros, unos desde lo alto de sus pedestales, otros desde el vértigo de su ciega maratón cotidiana. Por eso, la anécdota, el intento periodistico desde la sangre hirviente de la imaginación, hacen que el rompecabezas de Alape funcione como acicate para que la memoria despierte y palpe los hechos con un tono distinto, mucho mejor en todo caso al impuesto por la prosopopeya de los historiadores y la liviandad de los reporteros.
Kadafi y Arafat a vuelo de pájaro romántico y sediento, apología imaginaria para La Pasionaria, presencia —esa sí viva y rotunda— de Cardoza y Aragón, Eliseo Diego, Antonio Cisneros, Juan Gelman, lo cual comprueba que la poesía está por encima de todo. Un largo diálogo-daguerrotipo con Fidel desde su memoria del 9 de abril. Y una contundente lección con Felipe González Todelo, ese sí reportero: "yo era demasiado honesto para ser periodista. El periodista sacrifica toda consideración a su éxito profesional".
La vida de Arturo Alape ha sido un Río de inmensas voces...y otras voces, como el título de su último libro editado por Planeta (abril, 97). Es esa cabalmente —una polifonía que viene tanto del autor como de los personajes que allí viven y duermen— la tonalidad que se percibe a lo largo de las 307 páginas de crónicas y reportajes que prolongan la vida de textos que fueron artículos de prensa a lo largo de muchos años de ejercicio intelectual de quien ha sido vendedor de baratijas, cacharrero, agitador político, guerrillero, dramaturgo, ensayista, historiador, periodista, cuentista, pintor, perseguido, exiliado, conferencista, bohemio, pero por encima de todo, escritor.
Eso se nota claramente en este libro, en donde las técnicas que a veces amordazan a los géneros periodísticos, son desbordadas por la imaginación o el vuelo poético del pensamiento del autor, quien entre las líneas que le permite el diálogo con personajes muy diversos, deja colar vivencias personales, desata el vuelo de sus propios fantasmas (el exilio y la piel ardida por la militancia) y hace evidente cómo el escritor jalona al periodista y lo deja en la sombra, aunque en una nota introductora haya advertido —con tono de catedrático riguroso que no podrá autenticar jamás un ashaverus como él— que trabajó en la crónica y el reportaje pensando en el destierro al que los han condenado los medios escritos en Colombia, ante el predominio comercial de los avisos pagados.
Por eso, con mucha razón Juan Manuel Roca nos advierte en el prólogo que este libro bien puede servir para "romper la cabeza a la desmemoria" de este amnésico lugar del cosmos en donde "la historia está contada, más que con lápiz, con borrador" . En efecto, Alape narra a través de las voces de sus entrevistados, episodios claves en la historia viva del país y del continente: el humor que no fue capaz de matar a la muerte desde el corazón de Jaime Pardo Leal; el tenebroso Cóndor de Tuluá temblando como una jarcia al viento en la silla de un dentista; el escalofrío que corre por la espina dorsal de Saúl Fajardo, un pobre sujeto de Yacopí, Cundinamarca, soñador metido en la vacaloca de una condena de muerte; un coronel llamado Manuel Agudelo, sentenciado al anonimato a pesar de haber sido rector de la Universidad Nacional durante 18 días en rojísimas épocas (quien por derecho propio tendría que estar a la izquierda de Mockus, a cuya siniestra ha de ubicarse a Goyeneche). En fin...historias borradas por los académicos y por los reporteros, unos desde lo alto de sus pedestales, otros desde el vértigo de su ciega maratón cotidiana. Por eso, la anécdota, el intento periodistico desde la sangre hirviente de la imaginación, hacen que el rompecabezas de Alape funcione como acicate para que la memoria despierte y palpe los hechos con un tono distinto, mucho mejor en todo caso al impuesto por la prosopopeya de los historiadores y la liviandad de los reporteros.
Kadafi y Arafat a vuelo de pájaro romántico y sediento, apología imaginaria para La Pasionaria, presencia —esa sí viva y rotunda— de Cardoza y Aragón, Eliseo Diego, Antonio Cisneros, Juan Gelman, lo cual comprueba que la poesía está por encima de todo. Un largo diálogo-daguerrotipo con Fidel desde su memoria del 9 de abril. Y una contundente lección con Felipe González Todelo, ese sí reportero: "yo era demasiado honesto para ser periodista. El periodista sacrifica toda consideración a su éxito profesional".
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